Ariag- Año 14 A.N.E.
Cada tarde Luriel recorría los linderos de la aldea hasta llegar a una colina. En la cima, observaba a los buitres dar vueltas en círculos por toda la extensión de un bosque que parecía no tener fin. Su mirada se perdía entre el follaje que danzaba con el viento al tiempo que se llenaba de fantasías en las que encontraba, debajo de aquellas aves carroñeras, a su padre, tendido en el suelo y con la boca cubierta de moscas.
A lo lejos, por el camino del borde norte, la figura de un hombre en su montura se acercaba a trote.
—Nos encontramos de nuevo —gritó Aldred, a quien por todo el Borde Sur llamaban «El mercader»
Era un hombre de baja estatura pero robusto, marcado por una cicatriz de quemadura en la cara.
Unas dos o tres veces al año pasaba por Collivet, una pequeña aldea de casas de madera de abeto y pintorescos tejados de pizarra, esparcidas sobre colinas llenas de caminos serpenteantes. El pueblo era tan pequeño que cruzarlo a galope le tomaba poco más de un minuto; sin embargo, se quedaba a descansar por algunos días antes de continuar con su largo viaje hacia las tierras del Borde Norte. Los años le enseñaron a no preocuparse demasiado por las cosas y disfrutar de la compañía de la gente. En la aldea había entablado amistad con varias personas, con quienes compartía medio día y a veces hasta un día entero, dependiendo de qué tan animada estuviera la conversación. El panadero siempre lo recibía con pan crujiente de kamut, mientras que el herrero lo entretenía durante horas con viejas historias de espadas y monstruos de tierras oscuras. Cuentos que escuchó de joven en los talleres de forja del reino. La dueña de la Posada de la Colina, le ofrecía gratis, una primera ronda de cerveza negra en una jarra rebosante de espuma. Se sentaban en su mesa para escuchar las noticias de todo aquello que acontecía desde las colinas de Collivet, hasta más allá del horizonte. Sin embargo, una persona ocupaba un lugar especial en su corazón: Luriel, el hijo de la curandera y del leñador. Quizás porque en sus ojos encontraba reflejada una historia similar a la suya y a la de tantos otros niños en un mundo cada vez más decadente.
—Señor Aldred. No lo esperaba volver a ver tan pronto —dijo Luriel, mientras bajaba por la ladera de la colina, presto a su encuentro.
—Parece que el bosque se pudre —dijo Aldred con voz sombría. El niño no comprendió a lo que se refería hasta que el viajero apuntó con el dedo al cielo.
—Buitres. —continuó el viajero—. Desde que llegué al Borde Norte no he parado de verlos. Parecen moscas revoloteando alrededor de algo podrido. Cuando vuelan de esa forma, es porque debajo de ellos hay algo muerto, ¿lo sabías?
—Sí —respondió Luriel con sequedad.
—Las criaturas del bosque se mueren. Nadie sabe por qué —continuó Aldred, con voz serena y la mirada distante—. ¿Sabías que este, el llamado "Gran Bosque" rodea a todo el reino?
—¿A todo el reino? —El pequeño joven miró al viajero con renovado asombro y comenzó a mordisquear la uña del pulgar de su mano izquierda, ansioso por escuchar una nueva historia.
—Así es. He oído relatos de forasteros de tierras vecinas... En los últimos diez años, sus árboles han crecido de manera inusual ¡producto de la hechicería! Dicen que no tardará mucho hasta que logre extenderse y rodee todo nuestro mundo.
—¡Todo el mundo! —Luriel no disimuló su sorpresa al escuchar tal cosa.
—El problema no es un bosque que rodee al mundo, de seguro que para naciones como Albiria, que profesan la fe de Gera y que ven al Gran Bosque como una deidad, sería algo bueno. El problema es que los animales de los bosques de todo el mundo empiecen a morir, como lo hacen en este reino —concluyó Aldred, pensativo. Con un gesto de inquietud en su mirada.
—Pobres animales. Me gustaría entrar y averiguar lo que sucede —dijo Luriel
—¡Ni de broma! Es muy peligroso hasta para los mejores cazadores. Serías carroña en un instante
—Lo sé, pero aún así...
—¡Ni de broma! —dijo Aldred, con el ceño fruncido. Hay seres malignos en ese bosque. Seres que se comunican entre sí utilizando las raíces y las ramas. Te prohibo...
—¡Usted no es mi padre para prohibirme nada! —respondió Luriel en voz alta.
—Gracias a los dioses que no lo soy —replicó de inmediato el viajero—. Hace un año, tres niños y una niña de las aldeas del Borde Norte se perdieron dentro. Yo conocía a la madre de una de las criaturas. Fue en busca de su hijo sin pensarlo dos veces para solo encontrar una horrible muerte. ¿Crees que tu madre se quedaría de brazos cruzados si te llegaras a perder? Sé más considerado, niño.El viento era pesado, se abalanzaba desde un cielo colmado de nubes de tormenta para derramarse sobre la copa de los árboles y las colinas con furia. Luriel apartó la mirada. Algo en los ojos de Aldred le inquietaba.
—¿Por qué ha regresado tan pronto? —Luriel sintió que la indiscreción de la pregunta era mejor que otro segundo más de silencio—. Hace menos de tres meses que estuvo aquí —concluyó, sin apartar su dedo pulgar de la boca.
—Tengo grandes amigos en este pueblo, ¿acaso no puedo visitarlos más seguido? —Aldred espoleó a su caballo y avanzó por el sendero al trote.
Luriel empezó a caminar con zancadas cada vez más largas.
—¿Vino a ver a la hija de la posadera, cierto? —terminó Luriel, en voz alta, antes de quedarse sin aliento.
—¡Me atrapaste! —respondió Aldred—. Ahora, si me disculpas, iré a saludar a la gente de la posada y beber una buena jarra de cerveza negra. Nos vemos luego, niño.
Aldred desapareció al doblar por la ladera. La posada no le quedaba lejos; desde el camino alcanzaba a verla. Era una construcción de piedra negra con una torre adosada de grandes ventanales, situada sobre la colina más alta del pueblo. Al llegar, bajó de su caballo con premura e hizo llamar de inmediato a la posadera, quien a los pocos segundos entró con una bandeja llena de jarras de cerveza vacías, que traía desde la construcción de los nuevos cuartos que se llevaba a cabo en la parte trasera.—¡Por los dioses! Nuestro mejor cliente nos visita por segunda vez en menos de dos meses —dijo la señora Tud con una sonrisa burlona mientras se acercaba a la mesa donde se encontraba Aldred—. La última vez te dije que no queríamos volver a verte, seguimos muy enojadas contigo —gruñó en voz baja.
—Trae dos jarras de cerveza. Supongo que luego de nuestra conversación querrás beber un poco —dijo Aldred.
La señora nunca lo había visto tan serio. Así que llamó a una de sus empleadas para que trajera la cerveza y se sentó a la mesa, frente a él.—Traigo noticias del sur —dijo Aldred inclinándose hacia adelante, en un susurro.
—¿Tiene algo que ver con el bosque? —preguntó la señora Tud.
—No se trata de eso —respondió Aldred.
—Hace meses que en estas tierras no hay carne fresca. Las aldeas cercanas han optado por arrebatarle las presas a coyotes y buitres a sabiendas que están malditas. La cacería se ha extendido cada vez más al norte y dicen que dentro de poco ni siquiera allá habrá algo para comer. A ver, señor mercader, ¿qué noticia podría ser peor que lo que pasa con ese maldito bosque?
—La guerra está por comenzar, los soldados están cerca —respondió el viajero, y la posada quedó en silencio.
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CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1
FantasiAl mundo le quedan solo 50 años antes de su destrucción. Las damas de cristal lo han predicho. Ari, un joven inventor, se une a su padre en un peligroso viaje para desentrañar los secretos ocultos de lo que se llegará a conocer como: Los Templos del...