1. Karina

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Esa tarde, como tantas veces en mi vida, me encontraba sola en mi habitación, dominada por el placer que embriagaba mi cuerpo, gimiendo ante la sensación que mis dedos provocaban al acariciar mi vulva, experimentando la forma en que mis fluidos dejaban mi mano empapada; mientras la otra dibujaba círculos sobre las aureolas de mis senos, sintiendo la dureza de mis pezones, erizados ante la sensual manera en que los tocaba; disfrutando del único placer que había conocido durante los últimos años.

Mantenía mis ojos cerrados, gozando de cada sensación que mi cuerpo experimentaba, al tiempo en que recordaba los viejos días en la universidad, cuando mi esposo y yo eramos un par de jóvenes en el umbral de convertirnos en adultos; con ansiedad de comernos el mundo y sin ser capaces de controlar aquel hermoso impulso de devorarnos los labios, y hacer el amor para saciar nuestra constante necesidad de explotar en un orgasmo, que nos hiciera sentir vivos.

Durante aquella tarde traída al presente por mis recuerdos, para servir como inspiración de mis caricias; él me tenía sentada en sus piernas, mientras pasábamos el rato en el jardín de la facultad, sentados a la sombra de un árbol, con una chamarra amarrada a mi cintura, ocultando mis piernas de los ojos curiosos de quienes pasaban caminando. Recuerdo bien ese momento, fue maravilloso. Sus labios y los míos bailaban acompañados por nuestras lenguas; sus manos se aferraban a mis senos y las mías recorrían su cuerpo, sintiendo la dureza de su músculos, el calor de su piel, la firmeza de su miembro al acariciarlo por encima de la tela de su pantalón.

Sentía su deseo en cada una de sus caricias y en cada uno de sus besos; en cada instante en que me hacía gemir al apretar mis pezones para luego bajar su mano y acariciar mis piernas, marcando el camino a mi humedecida vulva, antes de hacer a un lado mis bragas, con el único propósito de meterme los dedos, penetrarme en una deliciosa transgresión a mi cuerpo, obligándome a abrazarme de él, cerrando los ojos, mientras me entregaba a mi hombre, al macho con quien quería pasar mi vida entera. Sentí la firmeza de su hombría mientras mi mano se deleitaba apretando su verga con fuerza. Lo necesitaba dentro de mí, ansiaba sentir a mi hombre bombeando mi interior y no quería esperar por ello un segundo más.

Levanté la cabeza y miré a todos lados, el jardín estaba casi vacío, apenas poblado por alguno que otro drogadicto fumando mota y una pareja que hacía lo mismo que nosotros; no había profesores, niños o personal de vigilancia que pudieran frenar mis intenciones de ser tomada justo ahí, justo en ese momento.

Desabroché su pantalón mientras él se limitaba a mirar mis senos, turgentes y bamboleantes, tan cerca de su cara que hubiera podido morderlos si así lo hubiese deseado. Acaricié su verga sintiendo la humedad que emanaba de su glande, esparciéndola por su miembro mientras el gemía ante el poder de las caricias que mis habilidosas manos le brindaban. Me levanté un poco la falda, escupí en mi mano, embarré su mástil de saliva y lo tomé con firmeza, levanté un poco el culo mientras nos mirábamos a los ojos, justo en el momento en que me sentaba sobre él, enterrando su hombría en mi interior, gimiendo al sentir la forma en que su carne se internaba en mi vagina, gozando del calor que me brindaba mientras mis jugos bañaban su miembro, haciendo que su paso dentro de mi fuera aún más placentero.

Saqué mis tetas de su encierro para el deleite de mi hombre, quien se pegó a ellas mostrándome la necesidad que tenia de comérselas, de sentir mis pezones en su boca y saborear mi piel, mientras sus manos me tomaban de las caderas y me hacían moverme al ritmo que él marcaba.

Dejó de importarme el inevitable miedo de ser atrapados, solo me dejé llevar por el calor que se esparcía a lo largo y ancho de mi cuerpo, mientras comenzaba a dar pequeños saltos sobre mi hombre hasta sentir el estremecimiento de mis labios mientras él me abrazaba, acercándome más a su cuerpo, besando mi cuello, saboreando el sabor de mi sudor y escuchando los pequeños gemidos que dejaba escapar de mi boca.

Karina: reunión familiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora