4. Karina

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Aveces por más que uno piensa las cosas y por más que podamos analizarlas, simple y sencillamente no logramos entender el porqué de nuestras acciones. Ese fue mi caso durante la mañana de la víspera de navidad.

Desperté en la misma cama que compartía con mi esposo, sin poder creer que en realidad hubiera ido a buscar a mi sobrino, y haberme atrevido a hacer lo que hice; pero lo más sorprendente de todo es que, a pesar del miedo que tuve antes por las consecuencias de un posible divorcio, ahora veía aquello como una verdadera, aunque lamentable opción.

No es que me hubiera enamorado de mi sobrino o algo similar, para nada; simplemente que al estar con él, primero en la piscina y luego en su habitación, me di cuenta de que merecía algo más de lo que tenía, que no era justo que fuera la única en mi familia que no tenía la vida que quería.

Con algo de tristeza pero carente de cualquier miedo que antes me hubiera acompañado; estaba dispuesta a afrontar la situación de mi matrimonio de la forma correcta: hablando a mi marido de frente, estableciendo lo que yo necesitaba, sin permitir que Julio volviera a menospreciar mis sentimientos como lo había hecho el día anterior; antes de amenazarlo con el divorcio.

Esa mañana estaba dispuesta a enfrentar ahí mismo a mi esposo, quería que me escuchara, quería hacerle saber lo que quería, y principalmente, necesitaba escuchar que él estaba dispuesto a cambiar las cosas, y ser nuevamente una pareja.

Pensaba en ello cuando sentí que la cama se movía, Julio había despertado, y a diferencia del día anterior, esta vez no intentaba ocultarlo.

- ¿En verdad has pensado en el divorcio? - dijo, una vez que se sentó a la orilla de la cama. Admito que su pregunta y su decisión para abordar el tema, me impresionó un poco.

- No quiero divorciarme, pero no estoy dispuesta a seguir viviendo una vida que no me hace feliz.

Un silencio se apoderó de la habitación, él meditaba con cuidado lo que iba a decir, era claro que ya no quería volver a pelear.

- Tomando en cuenta que ya no podemos ser un par de adolescentes cogiendo todo el día en cualquier lado, ¿Qué necesitas para ser feliz?

Aquella pregunta me dolió un poco, pues pensé que si tenía que decirlo, aquello no tendría tanto sentido; pero también estaba harta de no poder hablar con mi marido, lo amaba tanto como amaba a Sarah. Ya no quería más distancia entre nosotros.

- Atención. Quiero que te intereses por lo que hago, que acaricies, me mimes; quiero que tras llegar el trabajo podamos tener una plática entre adultos, saber cómo te va y que sepas lo que hago en mi día. Necesito que cuando sientas deseo por mi, me lo hagas saber; que me hagas el amor y no solamente descargues tu leche dentro de mi - un nuevo silencio llegó, un poco más largo que el anterior, era incómodo el que no dijera nada, como si estuviera sopesando la viabilidad de lo que le estaba pidiendo - no creo que esté pidiendo nada más allá del trato que te doy, y el trato que le doy a Sarah; sin embargo, ambos me han relegado de sus vidas casi por completo. Salvo cuando necesitan algo de mí, rara vez me dirigen la palabra. Me hacen sentir sola.

Ninguno de los dos habló. El silencio que se creó entre nosotros fue tan profundo que no soporté mucho tiempo estar ahí sentada; así que me puse de pie, tomé una toalla y me fui a dar un baño.

En verdad quería pensar que aquella plática cambiaría algo, pero sabiendo cómo era mi marido, tras la ausencia de respuesta ante mis peticiones y tomando en cuenta cómo se habían dado las cosas en los últimos años; dudaba mucho que pudiera cambiar.

Tras algunos minutos en la regadera, salí del baño con mi cuerpo envuelto en una toalla, me dirigí a mi habitación, ya no estaba Julio. Me puse un sexy conjunto de tanga y sujetador, me enfundé un vestido ligero que solía usar en la playa tras meterme al mar, y luego salí en busca de Silvia; pues esa noche tendríamos la celebración de navidad y no habíamos planeado nada para la cena.

Karina: reunión familiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora