—Albedo Kreideprinz —se oyó la voz de una estudiante que acababa de entrar en la clase—. La jefa de estudios te llama —comunicó y se despidió al instante, yéndose de allí.La profesora, una mujer ya entrada en edad de baja estatura, angosta nariz y pequeñas gafas circulares le dedicó una suave sonrisa, indicando que podía salir. Albedo asintió y, ante las atentas y curiosas miradas de sus compañeros de clase, salió al pasillo. La escuela se dividía en tres edificios de dos pisos: en el primer bloque estaban la biblioteca y todas las oficinas junto a la entrada, en el segundo las aulas y en el tercer bloque estaba el gimnasio y el salón de actos. Albedo se dirigió con suma calma hacia el lugar indicado, saludando con un asentimiento de cabeza a las personas que se topaba en su camino; a pesar de ser americano, siempre había pensado que los estadounidenses sonreían demasiado, al menos para su gusto. En cuanto llegó a su destino tocó la puerta de la oficina un par de veces y entró en cuanto oyó el permiso. Vió como acababan de salir tres chicos que no presentaban el mejor estado, no obstante, no se detuvo para observar los detalles, al fin y al cabo, aquel asunto no le incumbía en lo más mínimo.
—Albedo, toma asiento —la jefa de estudios, Sandrone, le miró con sus expresivos ojos azules, buscando la respuesta a algo que no se atrevía a preguntar—. ¿Cómo has estado estos días? —le preguntó en cuanto Albedo se sentó en la silla, manteniendo un estrecho contacto visual en todo momento; otra de las costumbres de la cultura estadounidense que a Albedo no le agradaba del todo—. He notado que últimamente has comenzado a asistir a clase más que de costumbre —Kreideprinz asintió positivamente a todo lo que se le decía.
—Me cambiaron el horario de trabajo —dijo sin complicaciones. La mujer esbozó una sonrisa y pareció compadecerse, no obstante, Albedo sabía de sobra que no había una pizca de lamento hacia su persona. Hace mucho que Sandrone estaba al tanto de su situación, sin embargo, no podía permitirse perder a un estudiante como lo era Albedo: un genio destinado a grandes cosas, según le dijo ella en una de las charlas que mantuvieron.
—Voy a ir al grano —por mucho que Albedo quisó relajarse, no pudo: se cruzó de brazos e intentó concentrarse en las palabras que le iba a decir la mujer, intentado remover aquel sentimiento que aparecía cada vez que se tocaban los temas de su vida, estudios o trabajo—. Me han llegado varias peticiones de colegios famosos y célebres que están dispuestos a darte una beca —los músculos del cenizo se relajaron un poco, se apartó un mechón del rostro y escuchó estando alerta.
Albedo poseía cualidades excepcionales y, por lo tanto, servía de beneficio para el instituto. Habían pocas personas que estaban al tanto de su situación, aunque tan solo conocían una parte, no obstante, era suficiente para enviar a su hermana a un centro de acogida y, tal vez, años atrás, haber hecho lo mismo con él si las autoridades se enteraban. Pero la jefa de estudios y la directora habían llegado a un acuerdo con él: ellas lo mantenían todo en secreto, cubrían sus faltas, a cambio de la participación de Albedo en olimpiadas y actividades específicas que subían la reputación de la escuela.
—Llevate estos papeles a casa y repasalos —más que una petición aquello daba la sensación de ser una demanda—. Sabes que esto es una buena oportunidad para ti —’’y para la escuela también’’ pensó Kreidepriz, pero no dijo nada—. Stanford y Harvard ya han puesto un ojo sobre ti —otro recordatorio sobre las cimas a las que podía llegar, mas, no era capaz de despegarse de aquello que lo ataba tan fuertemente al llano y firme suelo.
—Lo pensaré —a lo largo de los años Albedo había aprendido lo valiosa que era aquella respuesta. Sandrone lo volvió a observar e insistió por una vez más, tras lo que le permitió irse con la promesa de que miraría los papeles que ella le había entregado.
…
Por la tarde de ese mismo lunes, una semana después de su encuentro con Rosaria y Albedo en el bar, Kaeya estaba tumbado en su cama con la guitarra en manos, intentando despejar su mente con canciones que sus dedos se sabían de memoría, por lo que no hacía otra cosa que darle vueltas a un asunto en concreto: Albedo. No se había enamorado ni nada por el estilo, si bien, el cenizo con pecas casi invisibles era atractivo, Kaeya se había quedado intrigado por su persona y no la apariencia. Aparte, estaba el hecho de que tenían un parecido, una semejanza que Kaeya no pensaba dejar ir con tanta facilidad. Dejó la guitarra a un lado y cogió su teléfono móvil, escribiendo un mensaje al grupo que tenía con sus amigos y que sabía que estarían de acuerdo con su idea. Minutos después recibió una llamada entrante de parte de Rosaria:
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Decisiones pasadas / Kaeya + Albedo / Kaebedo
FanfictionKaeya Alberich y Diluc Rangvindr comparten un pasado que interfiere en su presente, la constante tensión que aparece cuando están juntos suele ser rota con comentarios desagradables que nunca dejarán sanar las heridas que fueron producidas en un pas...