La casa de los Harbinger se situaba en una de las mejores zonas que rodeaban la ciudad principal de Sacramento; el edificio de dos pisos llamaba en seguida la atención de los turistas que no se acostumbraban a la excepcional diferencia que tenían las viviendas en Estados Unidos. Se notaba a distancia que la casa había sido construida como mínimo hace veinte años: los cuarterones en las ventanas, el blanco ladrillo que ya no se utilizaba en las construcción de las casas en California y el variado tejado que difícilmente se veía en las urbanizaciones del día de hoy. Cada una de esas características representaba todo el trabajo que en su tiempo hizo la familia Harbinger para poder construir su hogar de acuerdo a los planes de la cabeza de la familia, Crepus. No obstante, en ese momento la casa le pertenecía a una criada, que entregaría todo el legado al único hijo de Crepus en cuanto el chico cumpliera los dieciocho años.
Diluc era un joven con un carácter difícil de encontrar en los adolescentes: reservado, serio y organizado, en pocas palabras, un muchacho prometedor destinado a un brillante futuro; sin darle créditos a su amargo pasado. Una parte significativa de ese remoto tiempo tuvo que ver con el mejor amigo de Diluc, un chico que se mudo a vivir con él por pedido de su difunto padre; su último deseo había sido que el hijo de la mujer que murió por su culpa viviera con ellos tras haberse quedado sin su único progenitor. Aunque la relación entre los dos jóvenes había mejorado desde aquel entonces, entre ellos aún se percibían lo afilado y las indirectas que llevaban sus palabras, en especial las de Diluc.
Kaeya había aprendido a vivir con eso, confinando su dolor en aquello de lo que tanto culpó a su padre, quien nunca formó parte de su vida, habiendo desaparecido de este mundo sin dejarle unas simples palabras de arrepentimiento a su único hijo.
Como de costumbre, el joven Alberich descansaba, después de haber asistido a otra reunión con su manager, veía como el sol intentaba exterminar cualquier atisbo de vida fuera de lo seguro de su habitación con aire acondicionado. El agosto, el mes de la sequía en California, se había ido para ser sustituido por Septiembre, que parecía tener un poco más de misericordia que su anterior hermano. En medio del mortal calor y la pereza de hacer las tareas para mañana, su mente vagaba de entre las palabras que sonaron durante la última de las peleas que tuvo con Diluc, las cuales se volvían menos notorias al comienzo del curso escolar, sin embargo, seguían estando allí.
De repente, la melancolía y los recuerdos que lo envolvían fueron apartados por una llamada que fue avisada mediante el tono de su teléfono: una canción de rock de los años ochenta que, con seguridad, ni la sirvienta de la casa ya entrada en edad conocía. Kaeya miró su pantalla para identificar el nombre del causante que se atrevía a interponerse en medio de sus pensamientos depresivos, al ver quien le molestaba, descolgó la llamada colocándola en altavoz, seguro de que no había nadie en casa que le fuera a juzgar.
—¿Sí? —preguntó Alberich con una molestia, que, en efecto, no iba dirigida a la persona que llamaba, sino que poco a poco iba siendo convertida en el sueño que comenzaba a envolver la mente de Kaeya.
—¿Vendrás mañana? —sin rodeos pregunta la chica del otro lado de la llamada; más que verdadero interés, en su voz se notaba un aburrimiento contenido que no pasó disimulado por Alberich.
—Tal vez —se burló Kaeya sabiendo de las intenciones detrás de aquella pregunta. Rosaria, sin duda, era la persona que, aparte de Diluc, Kaeya podría decir que conocía hasta tal punto de predecir sus movimientos y palabras, no obstante, su mejor amiga tenía la misma habilidad respecto a él. Por estas razones Alberich entendía que, en realidad, Rosaria estaba dispuesta a ir, sin embargo como tantas otras veces, prefería hacerlo en su compañía. Al fin y al cabo, a pesar de ser el siglo veintiuno, el mundo seguía estando poblado de hombres carentes de modales y respeto hacía el hermoso sexo femenino.
—Como quieras —respuesta que daba a entender que contaba con él, pero que si no aparecía, tampoco se lo iba a echar a la cara o tener rencor hacía su persona.
—¿Serán los de siempre? —por ciertas razones Kaeya parecía no enterarse de la vida que transcurría fuera de la burbuja en la cual se encontraban la escuela, su habitación, Rosaria, Diluc y su pareja, el equipo de natación del cual él era capitán y las verdes botellas de cristal que Alberich guardaba bajo la cama en caso de que todo se estuviera escurriendo de entre sus dedos cual agua.
—De hecho creo que atenderán un par de personas más —habló desinteresada ante la mención del grupo que solía beber con ellos; tan solo era otro par de idiotas con las almas llenas de oscuridad que intentaban lavar con alchohol, drogas y relaciones sexuales que probablemente no les traerian nada mas que alguna enfermedad.
—Esta bien —su conversación no siguió por mucho más tiempo y, después de haberse deseado una buena tarde, desconectaron para seguir con las establecidas rutinas que tenía cada uno.
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Decisiones pasadas / Kaeya + Albedo / Kaebedo
Fiksi PenggemarKaeya Alberich y Diluc Rangvindr comparten un pasado que interfiere en su presente, la constante tensión que aparece cuando están juntos suele ser rota con comentarios desagradables que nunca dejarán sanar las heridas que fueron producidas en un pas...