Los ojos de Albedo volvieron a enfocar el techo; había estado mirando un punto indefinido durante minutos que le parecían eternos, vagando entre los variados asuntos que le preocupaban, intentando encontrar una solución a cada uno de sus problemas. Klee seguía dormida, ya que eran las seis de la mañana, no obstante, Albedo se había despertado hace una hora y no se encontraba con ganas de dibujar, estudiar o hacer cualquier quehacer, de los que, se suponía, debía de ocuparse. La tenue luz que se escondía detrás de las cerradas cortinas comenzaba a colarse en su habitación, no obstante, ni el amanecer ni los pajarillos cantarines le insinuaban las fuerzas necesarias para levantarse y comenzar a vivir el día. Siquiera se oía el constante ruido de los coches y su mente ya estaba llena de preocupaciones, que, a veces, desearía no tener. Esos pensamientos era una de las razones por la que no solía disfrutar de su vida joven y adolescente como lo hizo el sábado, no se quejaba, le había agradado aquel tiempo, sin embargo, tras actividades como esas comenzaba a divagar entre la idea de que se estaba perdiendo su juventud; pero, no tenía derecho de pensar sobre algo así.Albedo se levantó de la cama, dispuesto a comenzar otro día que le inducía más inseguridad que de costumbre.
Entre las preocupaciones mundanas y la inquietud que le perseguía desde los dieciséis años, la tarde sorprendió a Albedo, dándole a entender que debía dejar a su hermana con Jean e irse a trabajar, cosas que hizo casi de manera mecánica. Ya, delante de la puerta de la casa de Jean, se dió cuenta de lo rápido que había volado el día.
—Albedo —le llamó Jean antes de que se fuera—. ¿Seguro que estás bien? Sabes que puedes venir a la Iglesia cuando quieras y… —no terminó de hablar cuando Albedo asintió. Jean era una chica de rubios cabellos que mantenía en una cola de caballo alta la mayoría de las veces y cuya personalidad emanaba de una tranquilidad y humildad envidiable, pero no para Albedo. Clavó sus azules ojos que parecían tener un amor y paciencia inentendibles para Kreideprinz.
—Lo pensaré —se excusó Albedo. No tenía nada en contra de las creencias de Jean, no obstante, después de haber tenido que vivir, y seguir viviendo en aquel mundo lleno de horrible humanidad corrupta hasta el alma, las cosas divinas y espirituales habían sido apartadas de su vida sin compasión.
—Está bien, sabes que si algo, puedes decirme —le sonrió con compasión. Albedo desearía tener la misma despreocupación que su amiga, no obstante, no pensaba meterse en aquel mundo de gente que lo iban a juzgar, al fin y al cabo, no todos eran como Jean y su pareja.
En cuanto Jean Gunnhilder se despidió de Albedo y tuvo a su pequeña hermana a la vista de sus ojos, en el amarillo sofá de su salon, sonrió completando una oración mental por la vida de esos dos.
—Klee —la llamó mientras se acercaba —¿A qué quieres jugar hoy? —la chica le devolvió la sonrisa y comenzó a contarle sus planes.
—¡Jean! —se oyó una exclamación desde la entrada a la vez que la puerta de la casa se abría y los pasos de alguien se oían en el corredor—. Allí estas —la persona de un pelirrojo de largos cabellos y suave rostro, que tanto contrastaba con su seria voz y personalidad, apareció ante la mirada de ambas rubias—. Hola Klee. Jean, creo que tendremos que irnos —saludó a la chica y enseguida dirigió su atención hacia su pareja.
—Klee, ahora vengo, espera un momento —creyó tranquilizar a la niña, quien asintió sin preocupación.
Tiempo más tarde, con Diluc al volante, los tres se dirigían a la casa de este debido a un imprevisto que había surgido y que requería la inmediata presencia de Jean y su pareja en algún punto que no se molestaron en decirle a Klee, pero, a cambio le prometieron que la persona que la cuidaría podría jugar con ella al escondite (Jean no jugaba con Klee al escondite desde que rompieron un tazón de su madre) En cuanto a la niña, pareció tomarlo bastante bien, aparte, le hacía ilusión ver la casa de Diluc, que se imaginaba como un castillo viejo y amargado, tal vez con algunas amapolas en el jardín, ya que Diluc parecía una. Sin embargo, se quedó agradablemente sorprendida al ver una casa grande con bonitas flores de variados colores en la terraza. Estaba segura que aquel sitio tenía muchos sitios donde esconderse. Al salir del auto notó una cabellera azul y un parche que conocía de sobra.
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Decisiones pasadas / Kaeya + Albedo / Kaebedo
FanfikceKaeya Alberich y Diluc Rangvindr comparten un pasado que interfiere en su presente, la constante tensión que aparece cuando están juntos suele ser rota con comentarios desagradables que nunca dejarán sanar las heridas que fueron producidas en un pas...