Capitulo 06

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—Oyes Liz, ¿qué opinas de irnos de aquí?

—le pregunté a mi pequeña compañera mientras caminábamos por las calles desoladas y sucias de los barrios bajos.
Liz, con sus ojos tristes y cansados, me miró con una mezcla de esperanza y temor. Suspiró antes de responder con voz suave:

—Me alegraría mucho irnos, Darling, pero ¿a dónde podríamos ir?

Tenía una idea en mente, un plan que podía cambiar nuestras vidas, pero requería que Liz se viera aún más vulnerable, como una niña desamparada que necesitaba protección desesperadamente. Sabía que ya éramos frágiles, pero debíamos aparentar ser aún más indefensas. Entonces, le hice una pregunta crucial:

—¿Puedes llorar de la nada?

Liz parpadeó sorprendida por mi pregunta y luego frunció el ceño con tristeza.

—La verdad, Darling, siempre estoy triste, así que no hará falta fingir llorar. Puedo llorar de corazón si es necesario.

Sus palabras me hirieron profundamente. Liz, aunque aparentaba ser solo un año más joven que yo, había experimentado un dolor inmenso en su corta vida. Tenía una familia amorosa que la cuidaba, unos padres que le daban cariño y seguridad. Pero todo eso se desmoronó cuando perdió a sus padres de manera trágica.

La muerte los arrebató de su lado y, cuando murió su padre el cual tenía muchas desudas, los acreedores entraron como buitres en su hogar y se llevaron todo lo que poseían. Dejaron a Liz y a su madre en la calle, sin piedad ni compasión.

Pasaron meses vagando por los callejones, luchando por sobrevivir en la indigencia.
La madre de Liz, ya debilitada por la vida en la calle, finalmente sucumbió a la enfermedad y la dejó completamente sola en este mundo cruel.

No pudo siquiera recibir un entierro apropiado, un santo sepulcro para descansar en paz. Los destinos de quienes vivían en los callejones de los barrios bajos eran tan despiadados como crueles, y Liz había experimentado lo peor de ello.

Recordé mi propia muerte a manos del conde repugnante y cómo mi cuerpo sin vida probablemente había sido arrojado como alimento para los perros no lo sé.
Esta era la realidad de la vida en los barrios bajos, un lugar donde la miseria y la desesperación eran compañeras constantes, donde la compasión y la humanidad se habían desvanecido por completo.

La historia de Liz me recordaba cuán afortunada había sido, incluso en medio de todas las atrocidades que había vivido en mi vida anterior como Darla, cuando pertenecía a la mafia y el amor se consideraba una debilidad.

A pesar de la pesadumbre que sentí al conocer más sobre el pasado de Liz, ahora teníamos una oportunidad para cambiar nuestras vidas. La idea era usar la compasión y la vulnerabilidad aparente como una herramienta para sobrevivir. Pero también sabía que debíamos ser cautelosas y astutas en la forma en que ejecutábamos este plan.

Me acerqué a Liz y le acaricié el cabello.

—Entonces, Liz, vamos a prepararnos. En dos días, cuando lleguare una persona que vive en las afueras de la capital, aprovecharemos la oportunidad para cambiar nuestras vidas. Usaremos su compasión y el echo de ser niñas para ganarnos su confianza y ser adoptadas por ella. Será nuestro camino hacia la libertad y la protección que tanto necesitamos.

Liz asintió. Era hora de prepararnos para el papel que estábamos a punto de desempeñar, sabiendo que nuestra supervivencia dependía de nuestra capacidad para actuar y convencer a la baronesa Ester de que éramos las respuestas a sus oraciones.


Pasaron dos días interminables en los que Liz y yo esperamos con ansias el momento que cambiaría nuestras vidas para siempre. Nos encontrábamos en el lugar acordado, con los nervios y la emoción palpables en el aire. Observamos con expectación mientras el tiempo parecía avanzar a paso de tortuga. Finalmente, el sonido de un carruaje se hizo eco en las callejuelas de los barrios bajos.

El carruaje que se acercaba era modesto, muy diferente de los lujosos vehículos que solían transitar por las calles de la alta sociedad. Una figura femenina emergió de la oscuridad del interior.

Era una mujer joven, quizás de unos treinta años, vestida con un sencillo traje negro que resaltaba su tez pálida y su cabello igualmente oscuro, que estaba oculto bajo un sombrero a juego. Sus ojos, sin embargo, revelaban una tristeza y soledad profundas, y en sus manos llevaba un ramo de flores frescas.

Mire la escena que se desarrollaba ante nuestros ojos, esperamos pacientemente a que la mujer se dirigiera a una fuente cercana. Allí, con un gesto lleno de pesar, colocó el ramo de flores con cuidado. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, y sacó un pañuelo para secarlas.

La vulnerabilidad de la baronesa Ester era evidente, y ese era el momento que habíamos estado esperando.
Con cautela y sigilo, nos acercamos a la mujer mientras sollozaba.

La vista de dos niñas desamparadas, con harapos y semblantes tristes, llamó su atención. Me adelanté y le hablé con cortesía y una voz temblorosa:

—Hola, disculpe hermosa señorita. —Me incliné ligeramente junto a Liz, decidimos hacernos pasar como hermanas y continué—: ¿Podría ser tan amable de regalarnos algo de comer? Mi hermana y yo no hemos probado bocado desde antier, ni siquiera encontramos un trozo de pan mohoso.

La baronesa Ester nos miró con una expresión llena de compasión. Se arrodilló para estar a nuestra altura y preguntó con voz suave: —Oh, pequeñas, ¿qué hacen aquí en estos lugares tan peligrosos?

—Aquí es donde vivimos, señorita —respondí con un tono de voz que pretendía ser triste.

La baronesa pareció sorprendida y conmovida al mismo tiempo, llevando sus manos a su boca en señal de asombro.

—Oh, pequeñas, ¿y dónde están sus padres? —inquirió con preocupación genuina.

Liz tomó la palabra con una voz quebrada por la tristeza: —Nuestros padres fallecieron, señorita. —Sus ojos se llenaron de lágrimas sinceras.

Asentí con la cabeza, adoptando una expresión de angustia. —Así es, señorita. Solo nos tenemos la una a la otra. No tenemos padres ni otros familiares que nos cuiden. Pasamos las noches en callejones oscuros y fríos, durmiendo en cajas viejas y cubriéndonos con periódicos desgarrados.

—Mi voz reflejaba la desolación que debían de sentir unas niñas en esa situación.

La baronesa Ester se conmovió profundamente y sus ojos se llenaron de lágrimas. —Oh, pequeñas... ¿Cómo se llaman?

Con una mirada fingida de timidez y tristeza, respondí: —Me llamo Darling, y esta es Liz.

 ¿Cómo se llaman?Con una mirada fingida de timidez y tristeza, respondí: —Me llamo Darling, y esta es Liz

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Tu Muerte será mi FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora