☆.。.:*2: Los ojos de la luna ☆.。.:*・

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La noche había caído sobre Black Lake una hora antes, haciéndolo parecer la fantasía psicodélica de algún adicto. A pesar de la oscuridad que lo envolvía todo como un manto, las luces aún se alzaban sobre las sombras como extravagantes anuncios que invitan a pecar.

Aunque el nombre lo indicaba, no había ningún lago cerca. De hecho, era una ciudad como cualquier otra de New Jericho: llena de burdeles, enormes edificios con ventanas de cristal y carteles de neón.

Black Lake era, por no decir otra cosa, el centro de las actividades ilegales del país. Todo lo malo, censurable e indeseable ocurría ahí: desde el tráfico de armas y drogas, pasando por la prostitución, hasta la recién floreciente práctica de la esclavitud. El lugar hacía que Sodoma y Gomorra parecieran un juego de niños. Por no hablar de Shadow Grid.

«Justo cuando crees que lo has visto todo.... ¡Bam! La realidad te golpea como una perra furiosa», pensó Sasuke con burla.

A su derecha, Karin silbó, colocándose el cabello detrás de la oreja. Sasuke la vio de reojo. Era bonita: no demasiado alta, de piel pálida y desordenada cabellera rojiza. Sin embargo, la mujer era insoportable e indisciplinada, un dolor en el culo, en su opinión. Además, estaba aún más loca que Suigetsu. Algo favorable en el negocio, no cuando se trataba de Sasuke. Siempre terminaba poniéndolos en peligro o arruinando los encargos del Gran Jefe.

Aunque, bueno, ¿no era eso normal, cuando ya no tenías razón para vivir? Karin, como el resto del Infernum, lo había perdido todo.

Sola. Sin amigos ni familia. Karin tuvo que vagar por las calles durante tanto tiempo, siendo tratada como basura, que cuando la rescataron incluso se ofreció a pagar con sexo. Porque a eso estaba acostumbrada. Sin valor, algo repulsivo, como la mayoría de ellos. Obito y Madara sabían cómo elegirlos. Igual que a él.

Suigetsu desenfundó su Magnum .47, diciendo:

—Aquí estamos. Y ahora qué, ¿nos lanzamos a la mierda?

—Básicamente. —Sasuke movió un hombro, restándole importancia—. ¿Por qué, te molesta?

Karin refunfuñó, comprobando que su arma estaba cargada.

—Tú y tus ataques suicidas, jefe. —Se rascó el puente de la nariz—. Mira, mañana tengo una cita y pienso llegar, así que dame más que eso.

Sasuke se pasó la mano por la húmeda cabellera negra, que ya le llegaba a los pectorales. En ese momento, ninguno de ellos llevaba máscara. No era como si tuvieran intención de dejar vivir a El Rey mucho más tiempo. Entonces, ¿qué importaba si les veía los rostros? Kakuzu no iba a decírselo a nadie. Nunca.

—Entramos, lo matamos y salimos.

Ella se dio una palmada en la frente.

—¿De verdad? ¡No-me-jodas!

El Colmillo del Diablo | SasuHinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora