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Me encontraba afilando ramas que había obtenido de algunos de los árboles que me rodeaban con una pequeña roca.

Durante el tiempo que llevaba en la Arena me había propuesto recolectar comida y descubrir si había agua en algún punto cercano a mi ubicación, lo cual no tuvo resultados positivos ya que no había ninguna fuente de agua dulce. 

Sin embargo, por el lado de la comida si había obtenido alguna que otra planta comestible, entre ellas un par de nueces, hongos comestibles y raíces.

Para la mayoría tuve que escalar varios árboles y me había clavado astillas en la palmas de las manos debido a que con el paso del tiempo había perdido la práctica, pero al menos no moriría de hambre.

Aún me era posible distinguir el sol, solo que este se encontraba un poco más bajo, por lo que calculaba que habrían pasado al menos unas tres horas, aunque no debía confiarme ya que sabía que tranquilamente se podía tratar de una trampa por parte de quienes controlaban Los Juegos y todo lo que sucedía en la Arena.

El sonido del cañón me sacó de mis pensamientos e hizo que me pusiera de pie luego de acabar de afilar la punta de la rama que tenía en la mano y tomara mi comida con rapidez para poder ponerme en marcha, ya que no estaba segura de que fuera muy bueno quedarse en un solo lugar.

Comencé a caminar con rapidez y prestando atención a mi alrededor; y creo que fue gracias a esto último que fui consiente de que algo estaba a punto de suceder.

Me detuve abruptamente al oír como el suelo comenzaba a crujir a mis espalda, provocando así que me girara en mi lugar para ver en ese mismo instante como la tierra comenzaba a abrirse a unos metros de mi, dejando a su paso un cráter de al menos siete metros de ancho y de una profundidad que no estaba interesada en descubrir.

—Carajo.

Pasé la rama afilada por el cinturón que acompañaba mi traje y metí la mayor cantidad de las provisiones que pude antes de retomar el camino que había decidido tomar minutos atrás, solo que esta vez lo hice corriendo tan rápido como mis piernas me lo permitían.

Dejaba atrás decenas de árboles y piedras, incluso me pareció ver por el rabillo del ojo a alguien corriendo en sentido contrario al mío.

La tierra seguía abriéndose a mis espaldas y al paso que iba no creí que fuera posible que saliera de esa situación con vida, o con todas mis partes unidas a mi cuerpo, además no podría mantener la velocidad a la que iba.

Recorrí el lugar  con mi vista y miré por unos milisegundos la grieta detrás de mi.

Por lo que podía ver, varios árboles lograban quedarse estables tras el paso del cráter. 

Regresé mi vista al frente, divisando un árbol a al menos unos quince metros de mi, a la altura de los demás que se mantenían de pie.

"Solo un poco más"

Aceleré el paso, llegando hasta mi límite, recordando que solo había sido capaz de correr así solo una vez mi vida, y de eso habían pasado ya cinco largos años.

Al encontrarme a centímetros de dicho árbol salté lo más alto que pude para tomarme de la rama más baja; al lograrlo, me impulsé hacia arriba y comencé a trepar lo más rápido que pude, mis manos se raspaban con la corteza, provocando que leves hileras sangre se formaran.

Escalé hasta una altura razonablemente alta, y cuando supuse que era suficiente me detuve con la respiración y el corazón acelerados a más no poder.

Dirigí mi vista hacia abajo, viendo como la grieta en el suelo avanzaba y se acercaba cada vez más al árbol en el que me encontraba.

—No me jodas.

Maldije internamente al notar que la grieta comenzaba a desviarse hacia mi ubicación.

—Me está siguiendo— razoné al instante, comprendiendo que no importa donde fuera, el cráter se me seguiría sin importar que tuviera que desviarse.

Mi mente comenzó a trabajar de forma rápida, en busca de alguna escapatoria; encontrándome con que a mi alrededor solo había más árboles.

—Salta Marck— incité al pequeño extendiendo uno de mis brazos hacia él con una sonrisa— Aquí te atrapo.

—Ems, tengo miedo— me observó con sus ojos brillososEstá muy alto.

—No le prestes atención a la altura, solo mírame a mi lo tranquilicé Nunca te dejaría caer, además, somos recolectores, es lo que hacemos.

—Pero. . .

Piensa en que luego tú podrás enseñarle a tus amigos que ya puedes saltar entre los árboles.

Suspiré sonoramente y miré el siguiente árbol, cuya rama más cercana estaba a un metro de mi.

—No puedo creer que vaya a hacer esto otra vez— murmuré.

Cerré los ojos para poder concentrarme, debido a que si caía de la altura en la que me encontraba iba a ser demasiado doloroso para mi, y muy posiblemente ese fuera mi fin en la participación de Los Juegos del Hambre.

Al abrirlos, pude ver por unos segundos a Marcus sonriéndome de lado y con su mano extendida hacia mi, tal y como yo lo hacía cuando éramos unos niños.

—¿Qué pasa hermana, ya te encuentras muy anciana para esto?, tranquila, aquí te espero y no voy a dejarte caer.

Solté el aire y salté sin pensarlo dos veces, logrando llegar a mi destino con facilidad.

Una sonrisa se formó en mi rostro.

—Aún conservo el toque Marcus— le hablé a la nada— Tú hermana aún lo tiene.

Una vez que comprobé el hecho de que no había perdido la habilidad de desplazarme saltando entre los árboles, comencé a intentar alejarme los más que me fuera posible de aquella grieta programada para seguirme por un tiempo indefinido.

No sabía si aquella situación duraría unos minutos más, horas, días o si solo se acabaría cuando lograra atrapar a algún Tributo entre sus fauces.

De lo que si me encontraba segura, era de que no podía detenerme si quería poder salir de allí con vida.

Los Juegos del Hambre: Envuelta en llamas #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora