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Por un par de eternos minutos, mi respiración acelerada era lo único que se oía en medio de la vacía sala, al menos hasta que decidí ponerme de pie y dirigirme rápidamente hacia las ventanas, para acto seguido abrirlas de par en par con la ferviente intención de que el perfume de rosas se disipara y dejara de llenar mis pulmones.

Al instante el frío se abrió paso calando hasta mis huesos, lo cual agradecí.

En el estado en el que la visita de Snow me había dejado, incluso podría intentar quitarme el abrigo que llevaba y quedarme quieta hasta que fuera demasiado tarde y la hipotermia se apoderara de mi.

Sacudí mi cabeza para ahuyentar cualquier tipo de pensamiento que hiciera que los Agentes de la Paz que me vigilaban desde las sombras tuvieran que ingresar a mi casa e interceder.

Realmente nunca fui consiente de cuando fue que comenzaron mis conductas suicidas, es decir, la muerte de mi hermano claramente fue el detonante, pero aún cuando estaba sumergida en ese dolor me encontraba con la disposición necesaria para luchar con lo que sea que me aguardara en el futuro. O eso es lo que creí al principio, puesto que esa predisposición duró tan solo unos pocos meses, hasta que me vi obligada a recorrer todo Panem en la gira de Los Vencedores.

Ver los rostros de los familiares de los demás Tributos, el odio que ellos tenían, el rencor que brillaba con fulgor en sus ojos y las palabras para nada amistosas que llegaban a mis oídos desencadenaron lo que se había tomado su tiempo en presentarse.

Al principio fueron leves ataques de pánico que me hicieron imposible el ponerme de pie frente a una gran número de personas, luego llegó la paranoia causando que sintiera que nunca me encontraba sola, ni siquiera estando a salvo en casa junto a mi padre. Por último, tras un año y medio de Los Juegos, cuando la atención de las personas ya no estaba en mi debido a que otra edición había comenzó, se disparó lo peor.  

Las pesadillas.

Al comienzo eran bastante leves, tal vez solo me veía en la arena rodeada de oscuridad mientras fuertes ruidos se oían a mi alrededor, o incluso llegaba a vislumbrar el cabello rubio de Cora ondeando a mi alrededor sin ser capaz de verle la cara.

Luego la intensidad comenzó a elevarse más y más.

Greg riendo mientras arrojaba a Marck desde el tejado, solo que esta vez yo estaba a unos pocos pasos, por lo que tranquilamente podría salvarlo, pero nunca lograba moverme, ni un centímetro. Cora siendo despedazada por el Muto, gritando mi nombre de forma desgarradora. Marck arrastrándose hasta llegar a mis pies, observándome con su rostro ensangrentado, culpándome por su muerte.

Con el pasar de los meses, y estando ya consumida por las pesadillas, sin ser capaz de dormir o comer durante días, comenzó lo que sin dudas sería lo peor.

Mi padre me había dado medicamentos para lograr dormir, pero éstos no estaban teniendo efecto alguno, cada noche me encontraba completamente consiente de que a penas cerrara mis ojos las pesadillas regresarían a mi, en especial aquella en la que alguien me perseguía desde la oscuridad. 

Todas las noches era lo mismo, mi respiración agitada, los pasos detrás de mi, el corazón latiéndome a una velocidad inhumana y mis gritos al despertar y la sensación de que alguien me observaba.

Sin importar que hiciera, siempre estaba allí.

—¿Te encuentras bien?.

—Te dije que fueras a tu casa— Dije sin girarme hacia donde Seeder se encontraba.

—Creí que tal vez tendrías hambre— sentí sus pasos acercarse— Así que te traje comida.

—No era necesario— esta vez si me giré hacia ella— No tengo apetito.

Los Juegos del Hambre: Envuelta en llamas #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora