Prólogo. La boda.

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Para Enara, Inhart, Leire y Silvia, mis lectoras beta.

Gracias por estos años, os quiero.

- Te gustan más los hombres que las mujeres?

- En general, dices? De qué sexo sean en realidad me da igual, es lo que menos me importa. Me puede gustar un hombre tanto como una mujer. El placer no está en follar, es igual que con las drogas. A mí no me atrae un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda... Bueno, no es que no me atraigan, claro que me atraen, me encantan, pero no me seducen. Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo una mente que los mueve y que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar... La mente, Hache. Yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes.

Martín (Hache)

Adolfo Aristarain, 1997

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Esta no es una historia demasiado convencional. Tampoco especialmente alegre. Es mi historia, y, como la mayoría de las historias, no tiene un final especialmente feliz. En realidad, no tiene final. No de momento, al menos.

Me llamo Lorena, pero todos me llaman Lore, y yo lo prefiero, la verdad. Algunos incluso me llaman simplemente L, los amigos más cercanos, y también me gusta. Mucho más que mi nombre completo, sin duda.

Desde hace ya unos años, y después de sufrir lo mío para terminar la carrera, soy cirujana en un hospital comarcal, pequeño pero agradable. Aunque en general llevo una vida bastante tranquila, hay días en que las guardias y los pacientes urgentes hacen que la jornada se alargue más de lo esperado. Mucho más, a veces. Esos días, termino tan cansada que me da miedo quedarme dormida en algún semáforo de camino a casa. No sería la primera vez que dejo el coche en el curro y me vuelvo en taxi, o con algún compañero, para no tener que conducir.

Hoy es miércoles, y ha sido uno de esos días. He salido a las mil de trabajar después de estar todo el día operando, y he terminado de comer casi a las 5 de la tarde.

Me froto los ojos con cansancio, me enciendo un cigarro y pongo los pies tranquilamente encima de la mesa del café. Mientras voy fumando despacio, en la tranquilidad de mi salón sumido en la penumbra y la quietud, me recuesto en el sofá y dejo que mi mente divague sobre lo que me queda de semana, sobre el finde... Y sobre los planes que tengo para divertirme. Y de pronto, lo recuerdo.

Esta semana es la boda. Nell me ha invitado, bueno, en realidad a todos los del servicio, incluyéndome a mí, aunque ahora he cambiado de hospital y ya no trabajo allí. Tengo bastantes ganas de ir. Echo de menos a la gente, y es una buena ocasión para volver a verlos a todos y pasárnoslo bien. Incluso para desfasar un poco. Y además... Bueno, digamos que mi parte menos noble también lo echa de menos a él, y tengo ganas de verlo.

Hemos sido compañeros de trabajo durante varios años, cuando era residente, y algún año más después de terminar, antes de que me cambiara al hospital en el que trabajo ahora. Y la verdad es que siempre ha sido una de mis personas favoritas. Me trataba bien, era muy agradable y además estábamos de acuerdo en muchos aspectos de la vida. Lo veía como una especie de mentor, pero también como un amigo. Por no hablar de que es sexy a rabiar. Me río para mis adentros, pero luego suspiro al pensar que, a pesar de lo que pudiera pensar de él, siempre mantuvimos una distancia respetuosa. Nuestro trato era cordial, incluso cercano, pero siempre, siempre hubo un límite que nunca se cruzó. "Una lástima", pienso sonriendo con resignación.

Al hilo de ese pensamiento, mi teléfono suena en ese momento. Miro la pantalla y me quedo flipada cuando veo su nombre. Creo que, en los años que lo conozco, nunca me ha llamado. En general lo he llamado yo, por motivos laborales, cuando hacíamos guardias juntos. Pero ¿él a mí? Jamás. Lo máximo ha sido algún mensaje ocasional felicitándome en mi cumple, o respondiéndome cuando le felicitaba yo.

Tres son compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora