CAPÍTULO 11

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El viernes, parecía que algo había cambiado entre nosotros. Cada vez que nos mirábamos era como si nos entendiéramos. No dijimos prácticamente nada, pero nuestros ojos hablaban por sí solos.

El miércoles siguiente, a la hora del almuerzo me dirigí a mi rincón del jardín de siempre con mi bloc de dibujos. Estaba sentada en el césped cuando Nate se sentó a mi lado. No hacía falta darme la vuelta para saber que era él, su colonia le delataba, y es que su olor era exquisito.

Después del fin de semana me había dado miedo cómo iba a encontrarme a Nate. El lunes, cuando nos miramos a lo lejos, supe que iba a estar distante, pero también sentí que era diferente a las veces anteriores. No parecía enfadado o de mal humor, no se escondía con la capucha de su sudadera. Parecía más bien triste, vulnerable. Me dio un pequeño saludo con la cabeza y caminaba a mi lado con sus manos en los bolsillos, sin embargo, no me miraba mucho, no era sociable, había vuelto a subir un pequeño muro entre él y el mundo, aunque sorprendentemente no era tan alto como las veces anteriores.

Sin decir nada me enseñó su auricular. Sus ojos truqueas me miraban profundamente haciendo que mi corazón saltara en el pecho. Lo puse en mi oído y volvimos a compartir un silencio cargado de palabras que nunca serán dichas mientras la misma melodía nos hablaba a los dos. Lo habíamos hecho otros días, me gustó que tomara esta iniciativa, pero esta vez cuando saqué mi cuaderno de dibujo cayó una hoja suelta. Nate la cogió para entregármela, pero se quedó bloqueado al ver lo que era; yo me ruboricé avergonzada.

—¿Por qué tienes esto?

Su dibujo de la rosa apareció en mis narices y tragué nerviosa. No parecía enfadado, más bien curioso, pero nunca se sabía con él.

—Lo dejaste en la mesa el primer día y me pareció muy bueno.

Sus ojos brillaron.

—Creo que, a cambio, me debes poder ver los tuyos.

Fruncí los labios resistiéndome, pero sus ojos me decían la ilusión que le haría si decidía compartir mis dibujos con él, que jamás se reiría, así que al final, sin pensármelo mucho, le entregué mi cuaderno a regañadientes.

Lo observé admirando con seriedad cada página. A veces pasaba sus dedos por encima, como si los acariciara con reverencia, me tenía algo asombrada.

—Son muy buenos Els, eres una gran artista.

Me reí tontamente mordiéndome el labio, sabía que me había puesto algo colorada ante su halago. Nate me miró con tanta intensidad que tuve que apartar la mirada, me quedé observando fijamente las hojas del suelo como si fueran lo más interesante que había allí.

—Gracias —contesté antes de carraspear—. La verdad es que de mayor me encantaría exponer mi arte, pero es muy difícil entrar en ese mundillo y llegar a ser reconocida. ¿Qué te gustaría a ti ser de mayor?

Nate se quedó con una hoja a medio pasar, bloqueado, con su cuerpo más tenso que la cuerda de una guitarra. Me removí inquieta por si le había molestado la pregunta.

—Seré lo que mi padre quiera que sea —contestó de forma enigmática acabando de pasar la página de forma seria—. En cambio, tú... no tengo ninguna duda de que serás una gran artista. Cuando seas famosa acuérdate de mí estúpida rosa... Espera un momento... ¿qué es esto?

Mis ojos se agrandaron ante lo que estaba viendo y automáticamente me puse roja como un tomate, en solo un segundo mi cuerpo empezó a sudar y me pedía salir corriendo. Intenté quitarle el cuaderno, pero no lo conseguí, Nate tenía fuerza. ¿En qué estaba pensando enseñándole mis mayores secretos?

El círculo rojo - #Tú, mi luz (parte I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora