Mía En Todo Sentido

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—Mi amor... estás bellísima...

Refugio soltó una risita, se acercó a los labios de él para besarlo ansiosamente.

Juan Carlos, por su parte, traviesamente la tocaba pasando por sus glúteos y piernas.

—Eso es, mi amor... no pares...

Refugio asentía.

Mientras ella se movía, Juan Carlos la contemplaba sonriéndole.

Llevó su mano hacia el cabello de ella, y con suaves caricias le hacía mimos.

Refugio gemía suavemente, y ella lo miraba divertida.

—Deja de mirarme así... — dijo riendo.

—¿Qué? ¿Así como?

—Pues... con cara de menso.

Ambos rieron.

—Mi cara de enamorado.

—Me poner nerviosa cuando me miras así y... y... no puedo concentrarme.

—Ya veo... ya veo.

Quedando en silencio, Refugio se aferró a él rodeando con sus brazos el cuello de él para moverse con más rapidez y fuerza.

Y él, aprovechando que tenia sus senos tan cerca de su boca, aprovechó para besarlos, morderlos y jugar con ellos con su boca.

Poco a poco, quedaban marcados por él.

—Esto es la gloria... que rico, mi amor...

Ella sonreía.

De aquella lencería ya no quedaba nada, había sido retirado de su cuerpo por causa de su marido.

El cuerpo de su esposa era uno de sus mayores deleites en la vida.

Se disfrutaron en una jugosa entrega, ambos se sentían felices de tenerse.

Al poco rato, Juan Carlos la tomo de las caderas y sin salir de ella, la recostó rápidamente quedando él arriba.

—¡Tramposo!

—Sh... — apretó un seno para besarlo.

—¡Mi amor, yo...!

Juan  Carlos no la dejó terminar de hablar y, en profundidad, arremetió contra ella haciéndola gemir sin ningún pudor.

—Así te quería escuchar... — le mordió un labio para alejarse de ella, y colocarse mejor, quiso abrirle más las piernas para poder profundizar todavía más en ella.

Y para tener más control y fuerza sobre ella, la tenía agarrada de sus caderas y así, pudo lograr tener un mayor gozo haciéndola suya.

De los movimientos fuertes que provacaba aquel hombre, la cama se movía junto con ellos pegando contra la pared.

Juan Carlos gruñía con fuerza, y poco a poco con sus manos y boca dejaba marcas por el cuerpo de ella.

Juan Carlos quiso cambiar de posición, y la hizo situar sus piernas de lado e introdujo su miembro de nuevo en ella por atrás.

Una posición que permitía todavía más entrega en ella y más placer.

Movimientos cortos pero profundos.

—Mi amor... mi amor... — gemía a lo alto.

Juan Carlos, bien concentrado, no se detenía por nada, era un momento sublime.

A los pocos minutos y para terminar gustosamente en ella, se adentraba en ella pausadamente y ella jadeaba removiéndose.

—Eso es, mi amor...

Mi Refugio de amor II: La Incondicional Donde viven las historias. Descúbrelo ahora