Enamorado De ti

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Día Siguiente.

Refugio despertó abrazada a su marido, ambos desnudos.

Sentía su respiración, escuchaba los latidos del corazón de él, el calor de su cuerpo varonil y, por supuesto, más grande que ella, la hacían sentirse tranquila y en paz.

Con dulzura esparcía besitos por el cuello de Juan Carlos, en tanto regaba suaves caricias por lo brazos de él.

Juan Carlos despertaba de a poco, sonriendo por la dulce sensación de sentir las tiernas caricias de su mujer.

Cuquita observó como él abrió los ojos y fijó su mirada en ella, rápidamente flechándola de amor.

—Qué hermoso despertar, mi ojitos bonitos.

Cuquita soltó una risita que encantó al hombre.

Él depositó un beso en la punta de nariz de su esposa.

—¿Dormiste bien, mi amor?

—Sí... — le besó los labios mordelón — ¿Tú?

—Muy bien...

Siguieron en sus besos, ambos pegados uno del otro.

Los senos de ella pegaban contra el pecho del hombre, sus manos vagaban por los hombros masculinos. La respiración agitada de Refugio se debía a lo poco que el le daba tiempo de respirar, devoraba sus labios, mordía deliciosamente los labios suaves de Cuquita.

Tener a su mujer a su completa complacencia le hacía sentir pleno, el cuerpo de su esposa era su deleite.

Juan Carlos hacía un camino de amor con sus manos en el cuerpo de ella, la hacía suya con sus manos.

Claro que era posible hacer el amor de esa manera.

El olor que ella impregnaba adormecía los sentidos de él.

—Refugio...— depositó un suave beso en la comisura del labio.

Muy sensual.

—¿Sí? — susurró.

—Estoy muy enamorado de ti, mi amor — confesó mirándole a los ojos con su total sinceridad.

Ella lo miraba, lo que había escuchado era hermoso.

Llegar a un punto de la vida donde un hombre confesaba aquellas palabras a una mujer, su mujer, era auténtico.

Ella lo abrazó y le llenó de besos por todo el rostro.

Él reía.

En un movimiento oportuno, se colocó encima de ella para hacerle cosquillas con su barba por el cuello.

Ella reía mientras intentaba quitárselo de encima.

Por último le dejó una marca a un lado por el cuello.

Bajó a los senos de ella y comenzó a besar cada pezón, dándole a cada uno su apropiada atención.

Él nunca habría de comprender porque los senos de ella eran su mayor deleite en el cuerpo su mujer y sus ojos únicos.

Nadie tenía los ojos como ella.

Pasó a un seno para besarlo, morderlo, acariciarlo. Y luego, pasaría al otro con suma emoción.

Dejando excelentes marcas en ellos, definitivamente, eran de él.

Y el ser posesivo tomó control sobre el hombre...

Tomó con su mano el rostro de ella, su mayor riqueza se concentraba en aquel rostro de su mujer.

La miró a los ojos, y en aquellos ojos, Refugio observó las pupilas dilatadas en su marido.

Mi Refugio de amor II: La Incondicional Donde viven las historias. Descúbrelo ahora