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Capítulo 7

—Aquí tiene, señor.— Mencionó aquel sujeto desconocido de guantes blancos quien le entregaba un informe de ADN.

—Gracias.— Respondió el pelinegro, Vegetta.

Camino unos pasos fuera del hospital afuera de la cárcel, disfrutando del aire del mundo exterior, ya que no se encontraba en la necesidad de salir de su casa o del trabajo.

Mientras esperaba a su chófer, se impaciento, abriendo el sobre de los análisis, siendo verdad la paciencia nunca ha sido su virtud.

—Así que..— Dio una sonrisa al aire, guardando el sobre en unos de sus bolsillos. —Ese mocoso si es mi hijo.—

Ya sé lo esperaba, el cabello totalmente negro venía de él y que era un híbrido de oso, igual que él Rubius.

Su chófer había llegado, subiéndose al auto de inmediato dirigiendose a la cárcel, durante el camino vio una farmacia.

—Espéreme un momento aquí.—

Se bajó del auto, comprando aproximadamente dos cajas de condones, no quería que Rubius le saliera con la misma excusa barata que antes.

Ahora si, con una buena noche asegurada pase lo que pase dio permiso al chófer para ir a la cárcel finalmente.

Cuando estaba caminando por los caminos de la cárcel vio a su hijo hablando con el mismo sujeto que antes había interrumpido en la dirección de la cárcel.

Le llamaba la atención porque esos dos siempre andaban juntos, pero en estos momentos no era su prioridad.

Entró a su oficina y mando a llamar a Rubius, quien ya sabía para que lo llamaba.

Entró a la habitación, vio el informe encima del escritorio, tomando asiento frente el pelinegro.

—¿Y bien?— Preguntó el pelinegro al otro lado de la habitación, quien veía como los ojos del Rubius se tornaban cristalinos por la felicidad al abrir el sobre.

—Realmente es nuestro hijo.— Se frotó los ojos, tratando de no llorar.

El pelinegro se levantó de la silla, cargando al castaño con ambos brazos, por el contrario el castaño dejaría el sobre en la mesa.

—Tenias rato sin tratarme de esta forma.— Mencionó el castaño mientras se recostaba en el hombro del otro. —Por eso mismo quiero consentirte, bebé.— Acariciaba con suavidad la espalda del contrario.

—Extrañaba esta parte de ti, extrañaba tu olor.— Con cierta nostalgia de la juventud de ambos salieron aquellas palabras de la boca del castaño, volteando a mirar fijamente al pelinegro, ahora estando cara a cara, a unos centímetros de que sus labios se toquen.

El castaño dio el primer paso besándolo, siendo interrumpido por el otro.

—¿Qué le pasó al osito que no quería que ni siquiera lo tocará? — Rubius gruñó. —Callate y bésame.—

Se sentó en la silla del escritorio, tomando de la mejilla al castaño para besarlo delicadamente.

Fueron besos cortos, pero seguidos que no le daba la oportunidad de respirar a ninguno de los dos, en especial al castaño.

El castaño interrumpió uno de los muchos besos por falta de aire, con los labios rojos e hinchados con un hilo de saliva que unía ambos labios.

—Esperate.— Pediría un tiempo para respirar, mientras se recostaba en el pecho del pelinegro. —¿Quieres descansar? — Romperia el silencio —No quiero descansar en esas celdas frías y sucias, quiero quedarme acá, con tú calor.—

𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐑𝐄𝐉𝐀𝐒.⸺𝗦𝗵𝗮𝗱𝗿𝗲𝗲𝗻 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora