La primera en mi cuenta.

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Mi niña suicida no paraba de gritar «la primera en mi cuenta» y,

aunque hacía meses que íbamos por la tercera sin vencida,

fue imposible en mi insano juicio negarme

ante su mirada, ante sus ojos llenos de ganas,

llenos de catástrofes intencionadas,

esperando la última gota para derramar el vaso.

Y esa gota fuimos nosotras.


Soy experta en romperme hasta reír.

En fumar de más, en beber también,

en muchas cosas, menos

en las rupturas. No sé hacerlas.

Cómo voy a cortar de raíz si en sus ojos nace la selva,

para qué quiero otro clavo si ella dejó el agujero y nadie encaja,

de qué me sirve el mar si tiré la caña.

Cómo voy a superarla si tengo vértigo.

He intentado mandarla a la mierda. Empiezo bien y luego: vete a

donde quieras si es conmigo -no lo evito, no sé.

No creo en los finales

ni puntos, ni separados, ni felices.

Ni en las follamantes,

pero sí en que las ex siempre serán follables, y

tengo un poema: ahora sé que las tensiones nunca estarán resueltas.

Y todos los príncipes me salieron rana

y, desde Cenicienta, las expectativas salen caras

y ha sido la mejor putada que me he hecho, nunca.

Me refiero a  un juego, infantil, con una sola regla

en el que siempre pierdo:

la última en olvidar la lleva.

Elijo llevarla

de cena -discúlpame, mezclo pensamientos,

ya he dicho que las rupturas no son mi fuerte y


todavía no sé si la deje, me dejó

o lo dejamos en la estación, pero

en ese momento perdí una

de mis siete vidas

y quiero asegurarme de que ella (no) la tiene.

Limerencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora