Cada vez que alguien me preguntaba a que me dedicaba, siempre obtenía una cara de sorpresa al decir la palabra "urología", como si ser mujer en aquella rama de la medicina fuese un pecado.
Pero nunca nadie se sorprendía más que mis mismos clientes, los cuales en gran mayoría eran hombres.
Así que ahora no era extraño ver el gran sonrojo en el hombre que estaba sentado frente a mí.—Pensé que usted era hombre...—susurró.
—¿Le parece que mi nombre pueda llevarlo un doctor, señor?— bufo algo molesta— Si tiene algún problema puede retirarse, no le cobraré el bono.
—No... está bien. Vine aquí porque me recomendaron. Me dijeron que usted era la mejor en esta área.
Sonreí, por supuesto que era la mejor.
—Bien, ¿a qué ha venido hoy? ¿derivación?— pregunté.
—Sólo a una consulta rutinaria... y a una revisión de próstata— murmuró.
—Bien. Pase a aquella sala y quitese la ropa. Sobre la camilla está la bata que deberá ocupar. Me avisa cuando esté listo.
Cuando el hombre se adentra a la sala, suspiro. Maldita sea, ¿cómo era posible que tuviera esta suerte? Es decir, no todos los días venían hombres tan calientes como él. Es más, siempre eran ancianos u hombres... menos agraciados.
En cuanto la belleza cuarentona me avisó que estaba listo, me acerqué a la sala.
—Bien, el procedimiento será el siguiente— comienzo diciendo mientras lavo mis manos y me pongo los guantes de goma—. Haré una revisión general tanto corporal como genital. También iré haciendo preguntas para descartar cualquier tipo de posible enfermedad.
El hombre iba asintiendo ante lo dicho, lo cual me causó una sonrisa. Se veía tan obediente.
—Sientese en la camilla— dije, y él lo hizo, quedando semi estirado—. Permítame.
Abrí su bata para dejar su pecho al aire. Mordí mi mejilla interior para no dejar escapar un suspiro. Sus pectorales eran grandes y musculosos. Tenía sus pezones erizados y su pecho subía y bajaba con rapidez. Subí mi mirada y vi cómo tenía su vista perdida en el techo y un leve sonrojo en sus mejillas. Sonreí por lo bajo y acerqué mis manos a sus pezones.
—¿Q-qué hace?— pregunta bajando su mirada a mí.
—Tengo que descartar alguna afección— apreté sus pezones—. ¿Le duele?
Él negó. Por mi parte seguí estímulando sus pezones, tirando de ellos y retorciendolos en círculos. Lo hice por más tiempo del que debería porque, diablos, era tan adictivo ver sus pequeños espamos al apretar sus montículos. Al momento de soltaros sonreí al ver lo hinchados que estaban debido a mi abusivo toque.
Fui tocando el resto de su pecho y preguntando si dolía o sentía algo raro. En un momento abrí más su bata para poder tocar su plano y tonificado abdomen, ¿este hombre no podía estra más bueno? Cuando hundí mis dedos por arriba de su ombligo, el hombre se removió icómodo.—¿Duele?— pregunté pero él nego.
Fui tocando a los lados, por sobre sus caderas y en la boca del esómago, pero cuando bajé hasta su vejiga y presioné, un pequeño gemido salió de sus labios. Levanté mi mirada y pude ver que su sonrojo había aumentado tanto que sus orejas y parte de su pecho estaban colorados al igual que sus mejillas.
—¿Aquí duele?— volví a presionar, oyendolo gemir nuevamente.
—N-no... es que... esa parte es sensible— murmuró.