Nunca salía a las fiestas que organizaban mis compañeros de trabajo. Me caracterizaba por sólo mantener una relación laboral con ellos; es decir, fuera de la oficina sólo un hola y adiós.
Pero por alguna razón, cuando el de nuevo ingreso me susurró preguntandome si iría... no pude decir que no.
Él llevaba casi tres meses trabajando para la compañía y siempre que quería algo me era inevitable no darselo. Nos habíamos hecho muy amigos y era el único con el que me había reunido fuera de horario laboral.—Pero miren nada más, la señorita "no me gustan las fiestas"— comentó uno de mis compañeros, llamando la atención del resto.
—Hay una primera vez para todo— comenté con una sonrisa.
Mi mirada cayó en el nuevo, quien se llevaba bastante bien con la jefa del grupo. Sintió mi mirada y al verme se acercó a mí.
—Hola, es bueno verte— sonrió.
Sonreí de vuelta con ternura, al mirar a mi jefa esa sonrisa se convirtió en una cínica.
—Que sorpresa— dijo ella, tomando vino de su copa.
La noche pasó bien, muchos de mis compañeros terminaron borrachos y todo acabó cuando un par de ellos quisieron comenzar una pelea sin sentido. La jefa no se despegaba del nuevo y eso por alguna razón me molestaba demasiado.
—La pasé muy bien, yo me voy. Lleguen bien a casa— dijo la pelinegra, apretando el brazo del rubio y dejandole un sonoro beso en su mejilla.
—Mira nada más, teniendo un amorío con la jefa— lo molesté.
—¿Qué dices?— rio nervioso—. No es así.
Reí sin gracia y acomodé mi bolso, lista para irme.
—Bueno, nos vemos.
—¿Te viene a buscar alguien?— dijo, tomando mi muñeca.
—No... Llamaré a un taxi.
—Vamos, yo te llevo. Tu casa queda de paso.
Como dije, no podía decirle que no. Así que me monté en su auto y nos dirijimos a mi apartamento. Al llegar me miró fijamente.
—Me alegro que hayas ido a la fiesta... Me habían comentado que nunca asisitías pero igual quise intentar. Valió la pena— rio con sus ojos cerrados.
—¿Quieres subir? Tengo cervezas y podemos ver una película.
Sus mejillas se tiñeron de rojo y asintió sin decir nada. Yo tampoco dije más porque ni siquiera sabía por qué lo había invitado a subir tan abruptamente.
Ya cuando estabamos ambos sentados en el sofá con una lata de cerveza en la mano, el estómago se me apretó. Era ahora o nunca. Si lo invité no era para sólo ver esa mierda de película que ni siquiera sabía de qué trataba.—Oye, ¿cómo va el trabajo? ¿Te gusta la dinamica de la oficina?— lo miré.
—Si, me gusta mucho...— él siguió hablando pero yo dejé de oir.
Me fije en sus rosados labios, en cómo se movían mientras me contaba quién sabe qué. En sus ojos azules y sus largas pestañas. En su flequillo hacia el lado que parecía de un maldito chico emo... pero que tanto me gustaba. Su cabello rubio cenizo que brillaba... En su tersa piel lechosa que me daban ganas de agarrar y apretar para dejar marcas.
—¿Pasa algo?— dijo de pronto, rascando su nuca.
Dejé mi cerveza en la mesita de noche y me estiré para quitarle la suya y hacer lo mismo. Él estaba en silencio. Me acomodé más cerca, quedando frente a frente. Puse una de mis manos en su muslo y acaricié.
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