Si alguien me hubiese dicho que al entrar a la universidad iba a ser reconocida como la chica strap-on me hubiese reído en su cara, porque maldita sea, sólo dios sabía lo mucho que me había costado ocultar mis preferencias a la hora del sexo. Pero, sorpresa, un idiota con el que me había acostado, al confundir sus sentimientos y ser rechazado por mí, fue por la facultad completa esparciendo el rumor de que yo tenía pene. Al inicio la gente me percibía como trans y muchos chicos y chicas querían acostarse conmigo; hasta que otra chica comenzó a rumorear que en realidad la única polla que tenía era una de goma. Fue desde ahí que comencé a ser la chica strapon.
—Bueno, ahora los rumores te favorecen, chica. Dicen que coges muy bien- mi amiga guiñó su ojo y me codeó levemente.
—Al menos no mienten— la codeé de vuelta, riendome.
Actualmente nos encontrabamos en la biblioteca de la universidad, adelantando un trabajo, y por adelantar me refería a hacer de todo menos eso.
—Mira quién viene ahí— me susurró mi amiga.
Me volteé y miré de reojo al maldito pelinegro más cotizado de mi carrera. Sus ojos verdes llenos de largas pestañas y sus benditas pecas que, apostaba mi cabeza, tenía de esas por el resto de su cuerpo. El único problema era que era pura y enteramente gay.
—Quizás si tuviese un pene de verdad podría tenerlo— dramticé haciendo reír a la rubia.
—Bueno, si mis ojos no fallan, él viene directamente hacia acá...
Me acomodé en mi asiento y lo miré abiertamente. Y sí, venía hacia acá. Me di el lujo de repasarlo de pies a cabeza, imaginando las posibilidades.
—Mejor tomame una foto, cerda— se quejó con su voz aguda en cuanto estuve frente a mí.
—Me encantaría, sólo que te preferiría sin ropa y sobre mi cama— guiñé.
Mi amiga golpeó mi brazo y se levantó, alegando que tenía hambre y que iría al casino a comer. Dejandome sola con el bello hombre de 1,80. Tal y como siempre hacía.
—Eres peor que un hombre— rodó sus ojos—. En fin, vengo a hacerte una propuesta.
—Acepto todo menos propuestas de matrimonio o una relación formal.
—Como si alguna vez te pidiera eso... No me gustan las mujeres.
Él y yo nos habíamos conocido antes de que esos fastidiosos rumores se esparcieran. Nos llevamos bien al instante y fuimos amigos. Obviamente con una segunda intención de mi parte, pero todas mis esperanzas se fueron al suelo cuando paró mi coqueteo diciendo que era homosexual. Desde ese día me encantaba molestarlo.
—Lamentablemente, bebé.
—Como sea...— se sentó frente a mí y tomó un libro—. Quiero tener sexo contigo.
Menos mal no estaba bebiendo nada en ese momento, porque lo hubiese escupido, y eso que yo siempre me trago todo.
—¿Estás en drogas, amor?— me burlé—. Tú mismo lo has dicho, eres homo.
—Lo sé, pero estoy harto de lo malcogido que me siento con los hombres... Además mi amigo dijo que se acostó contigo y lo dejaste sin poder sentarse bien una semana— se sonrojó—. Entonces como a mi me gusta que me follen el culo, me da igual si es una polla de goma o una real.
—Wow, sí que estás urgido— volví a reír—. Entiende que yo no cojo con ropa, vas a tener que verme las tetas y el coño.
—Nada que no haya visto antes— rodó sus ojos—. No te estoy pidiendo que me beses. De hecho, con que sólo me la metas ya está.