MAYO
Había olvidado lo que era ver mi rostro en televisión.
Sí, sí. Ya lo sé. Papá me lo tiene terminalmente prohibido, es verdad. Pero aquí estoy, supongo. Con la mirada clavada en la pantalla y los dedos aferrándose a mi collar con forma de copo de nieve. Hacía tiempo que no me veía a mí misma desde fuera, después de todo. Con las piernas subidas en el sofá, puedo advertir una arruguita entre mis cejas por esa eterna concentración mis patines deslizándose sobre el hielo con ligereza, casi como si estuviera volando.
—Parece ser que la Princesa de Plata ha decidido volver a las pistas. —Y ahí está, esa voz en off de un comentarista al que probablemente nunca conoceré en persona negándose a decir mi nombre. Otra vez ese apodo, otra vez sus implicaciones. La Princesa de Plata. Hay pocas cosas en el mundo que odie más que esto—. Todos pensábamos que se retiraría por completo tras el desafortunado fallecimiento de su madre, la leyenda olímpica Claudia Schulz.
«Desafortunado» y «fallecimiento» no son palabras que deberían ir seguidas del nombre de mamá. No aún. No en boca de un desconocido, por lo menos.
—Si hay algo que caracterizaba a Claudia, aquello era la perseverancia. —Entre las pocas cosas que odio más que el apodo que me han dado los medios, están los reporteros que hablan sobre mi familia como si realmente les conocieran—. Si nuestra Princesa de Plata es igual que su madre, no me sorprendería viéndola en el Campeonato Mundial del año que viene.
Claro que, en este mundillo, hay un millón de cosas que hacen que sienta la sangre hirviendo dentro de mis venas. La tercera de la interminable lista serían las carcajadas de dichos reportes en los momentos menos adecuados.
—Quién sabe. —Al fin veo el rostro de los hombres en pantalla y veo esa mirada, esa expresión vacilona de alguien que nunca ha tenido que demostrar su valía sobre una pista de hielo—. Quizás este sea el año en el que por fin consiga el oro después de tanto tiempo.
Ni siquiera tengo tiempo de saborear sus palabras. Son amargas, sí. Picantes, incluso. Es lo que les gusta a los medios, ¿no? Meter el dedo en la llaga, exponer tus defectos e inseguridades en una vitrina a la que puede acceder todo el mundo. Pero no importa porque, en menos de cinco segundos, han abandonado mi campo de visión.
Mierda.
Papá está aquí.
—Scheiße, Mia. —No importa cuánto tiempo llevemos viviendo en Toronto, siempre maldice en alemán—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Nada de ver el canal deportivo, ni de buscar tu nombre en redes, ni de leer artículos on-line.
—Lo sé.
—Sí, pero haces lo que te da la gana. —Sé que es incapaz de enfadarse conmigo, pero también sé que no le hace nada de ilusión que vuelva a la pista de hielo después de todo lo que ha pasado. Le prometí que, si lo hacía, debía hacerlo bajo sus propios términos, pero parece que soy incapaz de dejar de desobedecerle—. Te lo dejé bien claro, meine Mäuschen. Si no me haces caso, Simone dejará de entrenarte. Y, si es así, ya te puedes ir olvidando del Grand Prix y de todo lo demás.
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Sueños de cristal
Teen FictionNadie pensaba que Mia Schwarz volvería a las pistas después de la muerte de su madre. Sin embargo, ha vuelto a calzarse los patines con una única misión: arrebatarle el oro a Hee-so Choi, su mayor rival desde que ambas empezaron a competir. Mia ha...