04| Chico bueno

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Carter

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Carter

Los rayos naranjas del sol aún se reflejan en el cielo.

Yo me preparo para otra noche de mierda, apoyado en uno de los surtidores de combustible, dándole una última calada a mi cigarro.

El local tiene una pinta vintage, además de diminuto. Paredes blancas, surtidores blancos con rojo y una pequeña columna. En el techo reposan las letras que forman la palabra gasolina. Por dentro no es grande, es igual de pequeño a como se ve por fuera, pero más acabado.

Ha llegado la hora.

Ingreso a la gasolinera, cruzando las puertas de cristal. Junto al refrigerador encuentro a mi jefe, Ronny. Un hombre de cuarenta años, lleva una camiseta gris con manchas de grasa, el cabello con corte militar, unos jeans azules y no falta en él esa mirada que da a entender que no desea tener contacto alguno con cualquier persona del planeta.

Excepto con su esposa e hijas, claro.

—Es tarde, Red, aquí tenemos horarios —me reprende, con su tono ronco y elevado.

—Mi motocicleta está en el mecánico, vivo lejos y son tan solo las seis con quince, podrías tener algo de consideración, ¿no? —Replico, pasando una mano por mi cabello.

Ronny niega con la cabeza, sacando un cigarro de la cajetilla entre sus dedos gordos.

—Deberías pedirle consideración a ese estúpido mecánico, hace seis meses que está arreglando tu moto.

Es una mentira que me cargo para excusar mis pocas tardanzas. Sí tengo moto, no está averiada. Simplemente no me gustaría traerla a este lugar de mala muerte, la utilizo solo para otras cosas importantes.

Giro mis ojos y voy directo al baño. Un baño, está de más decir, que apesta a pura mierda y orine rancio. Asqueroso por completo. Pero hago de tripas corazón y me encierro en este, para quitarme mi camiseta y colocarme la camisa blanca de manga corta con el logo del local en el lado derecho del pecho.

Una de las cosas que no me gustan (pero es inevitable como el dormir), son los uniformes. Y no, no es para dármelas de rebelde, o algo similar. Es solo que no van conmigo. Me hacen sentir como alguien que no soy, como otro más del montón, alguien clasificado y aprisionado detrás del uniforme.

Tomo una profunda respiración antes de salir del baño.

Aunque me arrepiento, el lugar apesta.

Voy directo al mostrador. Aquí somos solo Ronny, Carlos y yo. Nadie más. Entre nosotros nos repartimos el trabajo. Carlos es del turno diario y yo del nocturno. Y creo que va bien siendo nosotros, aunque a veces Ronny se echa las pelotas al hombro y me deja ahogado de trabajo. Por suerte para él, y para mí mismo, el pago es bastante bueno, no tengo cómo quejarme de eso.

Efímero [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora