CAPÍTULO XIV

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El regreso a la aldea de la hoja fue largo; con una de sus integrantes herida, la agilidad en el equipo se perdía de vez en cuando.VUna vez más cerca de la aldea, el clima comenzaba a cambiar, a pesar de todo, seguía siendo invierno, y la helada nieve no se hacía esperar. El equipo cinco había añorado mucho el clima helado del invierno. Después del sofocante calor del desierto en Sunagakure, el frío en Konoha les haría bien.

Después de algunos días de camino, por fin habían llegado a Konoha. Entraron por sus grandes puertas y se dirigieron a la torre del hokage a presentar las buenas nuevas: tenían a tres nuevos chunnin. Yasu sensei fue el primero en hablar, relató cada una de las hazañas que el equipo cinco había realizado y entregó la certificación del consejero del kazekage, de que, Yūhi Kurenai, Umino Iruka y Tsuki Hanako, habían completado satisfactoriamente las tres pruebas de los exámenes chunnin. El hokage, satisfecho con su logro, aceptó su certificación y les hizo entregar aquellos chalecos verdes que todos los Shinobi de la hoja usaban. Los chicos estaban radiantes de la felicidad. Habían subido otro escalón más del gran recorrido ninja. Ahora tocaba regresar a casa. Necesitaban un merecido descanso después de tantos días fuera de sus hogares.

Cada quien tomó su camino a sus respectivos hogares. Hanako ya se encontraba mejor, así que podía dirigirse sola y sin ayuda a su casa. Cada que se acercaba más a su destino el corazón le latía más y más deprisa. Estaba ansiosa por ver a sus hermanos, había pasado tanto tiempo desde que los dejó que no podía esperar ni un minuto más. Su corazón revoloteaba emocionado, por la emoción de encontrarse con su familia de nuevo y... Por fin lo vería, después de tanto tiempo, por fin lo tendría frente a ella. Lo extrañaba tanto. No sabía la falta que le hacía hasta que se vio alejada de él tanto tiempo. Y él, ¿él pensaría de la misma forma que ella? La conversación que tuvo con Kurenai aquella noche mientras acampaban comenzó a reproducirse en su mente, trayendo a su memoria todas aquellas dudas respecto sus sentimientos. Ahora que tenía un poco más claro hacia dónde iban sus sentimientos con Kakashi, no sabía de qué manera acercarse a él. No sería lo mismo de antes. Eso le dolía, porque ellos dos eran muy cercanos. ¿Qué sería de su amistad? Los pensamientos sonaban fuerte en su cabeza evitando que pensara claro. La agobiaban. Ella no quería que las cosas entre ellos cambiaran, era lo que menos deseaba. Amaba a Kakashi de una manera que ni siquiera alcanzaba a comprender aún, y no quería perder su amor. Agotada por sobrepensar la situación, tuvo que tomar asiento en una banca camino a su casa para tomar aire e intentar calmarse. Era tarde, los focos de las casas se apagaban uno por uno, la nieve caía y no había ni un alma en las calles. Y ahí se encontraba Hanako, afligida, hiperventilándose, con millones de pensamientos hablando al mismo tiempo en su cabeza y con la nieve decorando su cabello. A pesar del frío que hacía afuera, Hanako ardía por dentro.

– No le diré nada —dijo, más para ella que para la noche que la escuchaba —. No le haré esto. No arruinaré nuestra amistad. Mantendré estos sentimientos ocultos, jamás los dejaré salir. Los encerraré, como flores en un invernadero; florecerán, pero sólo en mi interior. Ya está dicho. Lo quiero tanto, que prefiero pudrirme hasta las raíces de amor por él en la soledad, que verlo alejarse de mí por lo indeseable de mis sentimientos no correspondidos.

El corazón comenzó a dolerle y una lágrima de genuina tristeza resbaló por su mejilla. Lo amaba, pero amaba más su amistad. Kakashi era lo que la mantenía de pie. ¿Qué pasa con un barco cuando no tiene timón? Un inevitable naufragio.

– Ya está decidido —dijo limpiándose aquella densa lágrima de dolor —. Solo tú y yo sabremos a dónde irán a parar mis sentimientos. No digas nada —le hablaba a la luna.

Se levantó de la banca donde estaba y retomó su camino a casa, algo desanimada por aquel monólogo interno que tuvo.

Después de algunos minutos caminando bajo la nieve, por fin estaba frente a la entrada de su casa. Suspiró con más ánimo del que tenía antes. Por fin había llegado a su hogar, aquel que añoró por tantos días en la aldea de la arena. No se atrevía a tocar, pensó que ya era muy tarde y que probablemente todos dentro estarían dormidos. Recordó que había una llave de repuesto en una de las macetas que decoraban su entrada, así que hizo uso de ella y entró casi a hurtadillas a su casa. Un calor delicioso la abrazó en cuanto abrió la puerta. Era el calor de su hogar, de su familia. La sala de estar estaba a oscuras, al igual que la cocina; lo único que estaba iluminado era el pasillo que dirigía a las habitaciones. Hanako dejó sus pertenencias en el sofá, y, cuidando no hacer ningún ruido, se deslizó por el pasillo siguiendo aquella luz. Ésta provenía de la habitación de Haruka y Hanae. Una vez que se hubo acercado lo suficiente pudo escuchar una voz que hablaba casi a susurro, como si fuera un secreto, y sabía exactamente de quién era esa apacible voz. Prestó más atención a lo que decía:

Los pétalos en el viento ||Kakashi Hatake x OC||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora