Ada, se muda a una residencia escolar para poder convertirse en una criminóloga. Incluso aunque no es lo que ella quiere, lucha por sus sueños.
Pesadillas del pasado aún la atormentan, y pasar página será muy difícil para ella.
Thomas, su actor favo...
El sonido de llamada de mi móvil nos despertó a todos.
—¡Agh! ¡Ada, apaga eso!— Ava se retorció en la cama. —¡Perdón!— reí.
Me levanté de la cama y miré la pantalla de mi móvil, tardé varios segundos en enfocar, y cuando por fin lo hice, vi que era mi madre.
—¿Aló?— contesté mientras bostezaba. —Ada, tenemos que hablar.
Oh, oh.
Si bien tenía muchísimo sueño, todo este se había esfumado al escuchar esas cuatro palabras.
—¿Qué ocurre?— pregunté. —¿Tienes novio? —¿Qué? ¡Claro que no! —¿No? —cuestionó—, ¿y todas esas noticias sobre tu romance con Thomas Sangster? ¡Si hasta hay una foto!
¿Cómo? ¿Thomas? ¿Foto? ¿QUÉ?
—Mira lo que te acabo de mandar anda.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Joder. Solo se me ve por detrás, pero podría reconocer mi pelo en cualquier sitio.
No recordaba nada de anoche, muy poco, a decir verdad. ¿Cuándo me había ido sola con Tom?
—¿Qué? ¿Te ha comido la lengua el gato?— insistió mi madre. —Mamá, no es mi novio... —me aclaré la garganta—, además, solo estamos sentados, ni que nos estuviésemos besando. —No, si esto es peor. El chico te mira con unos ojos de amor que no se lo cree ni él.
¿Ojos de amor? ¿Pero de qué habla esta mujer?
—Mira, Ada, no me importa si estáis saliendo o no, solo quiero saber si es verdad. —Pero es que no estamos saliendo. Mamá, yo soy una mindundi, y él es un actor —bajé la voz—, rico, guapo, probablemente con novia, y con miles de fans.
Sentí movimiento en la cama que dormía Thomas, así que me decidí cortar la conversación.
—Hablamos luego, te quiero— dije. —Y yo a ti.
Colgué la llamada, y miré la hora, ya que ni siquiera me había fijado.
¡Madre de Dios, las cuatro de la tarde!
—¿Ava?— la voz de Thomas recién levantado me tomó por sorpresa. —¡Sshh! —le regañé—. Está dormida.
Se levantó de la cama perezosamente, y se estiró. Se rascó los ojos y caminó hacia mí.
—¿Qué hora es?— preguntó. —Las cuatro de la tarde. Iba a ir a comprar algo para comer. —Te acompaño.
Aún llevaba la ropa de la noche anterior, me puse los primeros zapatos que pillé, y me peiné un poco.
—¿Vamos?— preguntó Tom con las llaves del coche en la mano. —Sip.
Ava seguía en la cama, estaba espatarrada y roncando como si no hubiera un mañana.