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POV LISA.

Solo había una cosa peor que levantarse a las cinco los lunes por la mañana: era levantarse sabiendo que el resto de la semana la ibas a pasar trabajando para Kim Industries.

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

El sonido de la alarma interrumpió mis pensamientos y me di la vuelta en la cama para arrojar el reloj contra la pared. Suspirando, me quité las mantas de encima de una patada, me metí en el baño y me di una ducha caliente y rápida.

En cuanto salí, me apliqué una ligera capa de maquillaje y me puse uno de mis vestidos favoritos, de color azul marino, con unos tacones en tono nude. Dudé de si debía ir algo más arreglada para la ocasión que implicaba ese día, pero esa mierda no merecía la pena celebrarla.

Jamás.

Cogí el teléfono y vi que había un montón de mensajes nuevos de mis compañeros de trabajo más cercanos.

¡Felicidades, Lalisa!.

¡Felicidades por cumplir dos años con la loba, Lalisa!.

¡Viva, Lalisa! ¡Dos años!.

¿¿¿Cómo coño has aguantado tanto tiempo ???

¿Vamos a celebrarlo o pasamos?

Cumplir otro año en el trabajo debería merecerse una noche de champán, de celebración con los amigos, o incluso ser motivo de alegría genuina. Pero trabajar para Jennie Ruby J. Kim -la verdadera Loba de Wall Street— tan solo implicaba estampar otra “x” en el calendario de “Días de que me quedan para dejar el trabajo”.

La señora Kim, una de las mujeres más irritantes para los que había trabajado, era todo una atractiva enigma que desayunaba, comía y cenaba acuerdos. Era de esas mujeres que llevaban un traje de diseño y un reloj de mil dólares distintos cada día. Además, y por desgracia, también era de esas mujeres que conseguían excitarme a pesar de portarse siempre como una capulla. En especial cuando me faltaban segundos para soltarle una bofetada.

Durante los dos últimos años había pasado más tiempo con ella que con nadie en mi vida. Era la primera persona a la que veía por las mañanas, la última con la que hablaba por la noche y, puesto que ambas éramos adictas al trabajo, también era la única persona a la que veía todos los fines de semana.

Estuve a su lado mientras dirigía con mano dura su empresa de un
valor de más de mil millones de dólares y mientras aplicaba a su vida las lecciones aprendidas después de ver demasiadas veces El padrino. En las reuniones, me sentaba junto a su cantera de ejecutivos más cercanos y tomaba notas sobre su lenguaje corporal, además de observar a aquellos que pudieran ser sospechosos de traición. Por si fuera poco, también la acompañaba durante todos sus viajes de trabajo, tanto internacionales como nacionales, siempre manteniéndola al día de los asuntos de la empresa.

Nuestra relación laboral de dos años de duración se parecía a la de un matrimonio moderno, pero sin sexo. El único beneficio que sacaba de trabajar con ella era material: acceso ilimitado a vehículos con chófer, una oficina con vistas panorámicas a Manhattan, acceso a su cuenta de crédito cuando quisiera ir de compras y un sueldo que era más de cinco veces mayor al que la mayoría de directores ejecutivos pagaban a sus asistentes. Pero claro, era un sueldo que nunca podía disfrutar porque siempre estaba trabajando.

Mi vida era la suya.

Tras repasar mi lista de contactos, le envié a mi chófer un mensaje.

Estaré lista en veinte minutos.

 Novia por treinta díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora