Capítulo 4

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POV Lola☆

Se despertó jadeando, sonrojada y sudorosa. En cuanto se dio cuenta de que ya no estaba soñando, golpeó la pared con fuerza, despellejándose los nudillos.

- Una puta enferma...Una puta enferma es lo que eres... - Murmuró casi sin aliento, empezando a destaparse. ¿Qué hora era?

Las 9:27.

Su rostro se torció en una mueca de disgusto, y suspiró amargamente. Ese maldito número... La perseguía noche y día.

Se levantó, molesta, y se vistió con unos vaqueros largos que le quedaban bastante grandes y su adorada camiseta de Pink Floyd. Cuando estaba a punto de salir de su habitación, se acordó de que estaba descalza, y se puso unas sucias Converse negras.

Tomó un desayuno frugal y le dejó una nota a su madre, en la cuál le decía que había ido a darse un paseo y que volvería pronto.

Agarró las llaves y empezó a divagar sobre los lugares a los que podría ir. ¿A Game quizás? No era mala idea, pero estaba lejos y había carreteras de por medio, así que lo descartó. ¿Al parque? Aquello estaba llenos de porreros, y no quería que su madre sospechara algo al volver apestando a marihuana...

Le quedaba ir a las pistas de skate. Quedaban también condenadamente lejos, pero merecía la penas. Había días en los que se pasaba las horas muertas observando a la gente que allí había. Siempre había querido aprender, pero tenía el equilibrio de una paloma muerta.

Se encogió de hombros y miró el reloj.

Las 10:17.

Salió de casa sin peinarse, total, su cabello era indomable e indómito. Nada servía con él, pero había que admitir que los rizos-cuernos de su flequillo eran una de las características más reconocibles de la chica.

Llegó al lugar en cuestión a las 11:30, y se sentó en un banco a observar. La mayoría eran muchachos de catorce a diecisiete años, aunque también había algunos mayores. Apoyó las mejillas en las manos, suspirando.

"Ojalá pudiera hacerlo la mitad de bien de lo que ellos lo hacen..."

El tiempo se le había pasado volando, y para cuando se quiso dar cuenta, eran ya mediodía.

Justo cuando iba a levantarse, una chica de aspecto familiar captó su atención. La chica de ayer. Su cara se encendió, y volvió a sentarse. Se sentía una pervertida sin remedio.

Sacudió la cabeza, observando curiosa a la joven. Intentaba hacer lo mismo que los otros, aunque no lo conseguía. Sin embargo, no se rendía. Contó ocho caídas. Sin duda, era una chica admirable. Ojalá supiera su nombre.

A la novena, lo consiguió. Lola se quedó boquiabierta, y aplaudió entusiasmada. Quizás, si ella pudiera enseñarle...

De repente, vio a la chica acercarse a las vallas a una velocidad preocupante. Y ella estaba en medio.

- ¡Apártate! -la escuchó gritar. Inmediatamente después la chica se desmayó, precipitándose hacia el suelo.

No se lo pensó dos veces. Se adelantó y se preparó para cogerla.
La abrazó, perdiendo el equilibrio.

Amor muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora