capitulo 7

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Por Tom

Supuestamente, me encontraba durmiendo. Pero en realidad, no lo estaba. ¿Por qué? Exacto. Porque asistiré nuevamente al psicólogo. Nuevamente, veré a mi bonito psicólogo Bill.

Observé el techo detenidamente por un debido momento, y de repente, oí que algo chocó contra el vidrio de la ventana de mi habitación. Fruncí el entrecejo y me levanté de mi cama, acercándome a mi ventana. Me asomé para ver qué era lo que golpeaba mi ventana y deshacerme de eso.

Me sorprendí completamente al descubrir a Ester –mi vecina- con unas pequeñas piedritas a su lado, a punto de lanzar otra. ¿Qué hacía esta ramera lanzándome rocas a estas horas de la mañana?

Me hizo señas para que elevara la ventana. De seguro, quería follar. Y yo la rechazaría como ella siempre optó por hacerme.

Elevé el vidrio de la ventana y le dediqué una amplia sonrisa.

- Hola, ¿sí? ¿Qué necesitas? – Sonreí entrecerrando los ojos. Estoy listo para darle mi mejor y más deseada respuesta: No me interesas.

- ¿Me invitas a tu casa? – Preguntó la muy zorra sonrojándose. Sonreí y pensé: Invitarla y rechazarla en el ‘mejor momento’, sería lo mejor que puede ocurrirme. Luego de asistir al
psicólogo, claro… ¿Yo dije eso? Bien, continuemos.

- Claro, ven. Mis padres no están en casa. – Respondí y ella sonrió. Desapareció de mi vista y bajé el vidrio de la ventana. Rasqué mi barbilla y pensé. Ester es una bonita chica –es deseada por todo el barrio-, sería lo mejor rechazar a la mujer más deseada cuando se está colgando de ti. Pero ella llegó tarde. Ahora, ya no me interesa.

- Hola. – Sonrió Ester cuando abrí la puerta. Su vestimenta era algo… pequeña. Llevaba una pequeña remera escotada de color rosado, una mini-falda morada y unos tacones de bastantes centímetros. Lo sabía; ella planeaba seducirme y follar con esa forma de vestir.

- ¿Quieres algo de beber? – Pregunté luego de cerrar la puerta detras de mí y permitir que se adentrara a mi hogar.

-No, gracias… - Me señaló sin saber cómo llamarme. Sonreí por saber que ella era mi vecina desde pequeños y nunca supo mi nombre.

Es una ramera.

- Tom. – Respondí sonriendo.

- Tom. – Repitió con una sonrisa. – Gracias. Pero no se me apetece nada de beber.

- Bien. – Dije secamente, indiferente como siempre tuve que actuar ante ella.

- Oh, solo una cosa. – Me observó y se relamió los labios. Se acercó a mí y rodeó mi cuello con sus delgados brazos.

- ¿Qué? – Pregunté sonriendo, al mismo tiempo en que acariciaba su cintura con mis manos. Oh, no se preocupen. No estoy excitado, y tampoco me interesa.

- Tú. – Delineó mis labios con su índice y sonreí. Le apegué aún más a mi cuerpo y permití que nuestros labios se fusionaran. Deslicé mis manos por su cadera hasta dar con su enorme trasero, el cual toqué sin pudor alguno. ¿Qué iba a molestarle? Si está más manoseada que la baranda de una escalera, joder. Y además, opino que debe ser así de rápida con el mundo entero.

Comenzamos a caminar, hasta dar con el sofá, en cual caímos los dos. Quitaré su pequeña remera, su mini-falda, su sostén y luego, la rechazaré.

Sus manos dieron con mi ancha playera, la cual elevó hasta mi cabeza, quitándola de mi cuerpo por completo. Separó nuestros labios para cambiar de posición, quedando ella sobre mi cuerpo. Comenzó a besar mi cuello y a tocar mi abdomen, para luego, llevar su mano al interior de mis pantalones. Tocó mi masculinidad como toda una ramera, sin problema alguno y gemí. Llevé mis manos hacia su escote, quitándoselo rápidamente. Sus enormes senos sin sostén dieron contra mi pecho y sonreí.

- Sin sostén, eh. – Alcé una ceja y ella besó mis labios nuevamente. Quitó su mano del interior de mis bóxers y comenzó a desabotonar mis pantalones.

- Es grandioso. – Gimió descendiendo mis pantalones, señalando mi masculinidad. Ella se encontraba completamente excitada. Yo, aún no caía en que una mujer se encontraba a punto de montarme.

- Ven aquí. – Tomé su barbilla y le besé, antes de que cometiera una locura. Llevé mis labios hasta su oído y sonreí. – Vete de mi casa, ahora.

- ¿Qué? – Preguntó sorprendida, alejándose de mi rostro.

-Que te vayas de mi casa en este mismísimo instante. – Repetí, quitándome de debajo de su cuerpo, comenzando a colocarme mis pantalones.

- Pero… pero… ¿por qué? Todo estaba genial. – Dijo con un tonito seductor que no funcionó sobre mí.

- He dicho que te vayas. No me interesas. Eres una ramera. No me gustas. Ni siquiera me agradas. Hasta me das asco, maldita. – Escupí en su rostro, dejándola con la boca abierta, ya que, de seguro, nunca nadie le había rechazado.

- Eres un idiota. Te has dejado solo para rechazarme. – Dijo totalmente cabreada. Wow, has descubierto América, ilusa. Joder, que era un completa tonta.

- ¿De qué te quejas? ¡Es lo que tú le haces al mundo entero todo el puto tiempo! – Exclamé señalándole, provocando que cerrara los ojos al elevar mi voz.

No me respondió. Tomó su escote y salió por la puerta, dejándome solo. Sonreí victorioso al haberla rechazado. Esto de asistir al psicólogo, se ha puesto de puta madre.

Tanteé los bolsillos de mis pantalones y en uno de ellos, encontré aquella tarjeta. ¿Rechacé a Ester porque ella lo hizo conmigo durante años? ¿O por Bill? Bill… Bill… nuevamente él en mi cabeza. Pero… ¿por qué imaginé a Bill cuando Ester estaba besándome Joder, no. Me… me gusta Bill. Diablos, sí, sí, me gusta. Es perfecto, es una gran persona, es… joder; es hermoso. Aaaaaah, demonios, sí lo es. Sus ojos, su nariz, sus labios… joder, joder. Necesito tomar aire. ¡Me gusta mi psicólogo, mundo asqueroso!

Me coloqué la playera que posteriormente la ramera me había quitado, tomé mis llaves y salí de mi casa. Caminé por la carretera, ya que se encontraba deshabitada, y comencé a formular distintas cosas en mi cabeza.

Yo, Thomas Kaulitz, con dieciocho años, estoy pensando en mi psicólogo. ¿Por qué? Porque me gusta. Me gusta mucho. Es completamente perfecto para mí. Es hermoso para un chico como yo. Creo que acabo de rechazar a una chica por él. ¿Ah? ¿Qué? ¡No, yo no pude haber hecho eso! Pero, lamentablemente, lo he hecho. Lo admito una vez más: Me gusta mi psicólogo. Oh, sí. Me gusta.

Llegué a un parque, y divisé una banca. Allí me relajaría y pensaría tranquilo. Me acerqué a la banca, y me senté sobre la fría madera que la componía, relajando todos mis músculos. Luego de quedarme allí, viendo la mismísima nada, tres figuras se colocaron frente a mí.
Alcé la vista y fruncí el entrecejo. ¿Quiénes son estos tres tipos?

- ¿Perdón? – Pregunté antes de que uno de los tres me tomara del cuello de mi playera y me diera una hostia en mi rostro. Caí al suelo cuan una bolsa de papas, y sentí mi labio latir.
Toqué mi boca, retirando rastros de sangre que había quedado en aquella zona.

¡PUM! Otro puñetazo fue directo hacia el mismo lugar en donde había recibido el golpe anterior, casi partiéndolo, por lo que logré sentir. Todo mi cuerpo cayó nuevamente y
comencé a sentir millones de patadas en mi cuerpo. Estaban matándome. Estaban arruinando cada parte de mi cuerpo.

¿Qué rayos están haciendo? – Dijo alguien cerca de nosotros, pero no supe quién era ya que me encontraba casi desmayado. - ¿Por qué golpean a ese jovencito?

- Él maltrató a nuestra amiga. Le utilizó. Y le estamos haciendo pagar porque nunca mereció que le maltrate. – Respondió uno de los animales que me atacaron, y en lo primero que pensé, fue en Ester. Joder, maldita ramera.

- Ese no es motivo para golpearle de este modo. Fue demasiado. Ya váyanse. – Su voz suave… tranquila… me hacía recordar a Bill.

Oí como los tres tipos se quejaban maldiciendo y se alejaban. - Tom, ¿te encuentras bien? – Eh… ¿Bill? ¿Era Bill? Abrí mis ojos con esfuerzo y le vi. Era el… Él me había salvado de aquellos animales.

- Bill… - Logré decir intentando moverme, cosa que no duró mucho. – Bill… Bill…

- No te esfuerces, chiquillo. – Llevó una mano hacia mi rostro y acarició las heridas de mi labio con su pulgar. – Ven, te ayudaré.

- N-no… - Balbuceé, pero Bill ya me había colocado de pie –con ayuda, claro-.

- Te llevaré a mi apartamento y sanaré tus heridas, chiquillo. – Dijo mientras comenzaba a caminar –conmigo colgando de sus hombros- hacia un automóvil.

- Bill… duele… - Me quejé, oyendo que abría la puerta de su auto. – Me gusta…

- Tranquilo. – Me sorprendí cuando me alzó en sus brazos y me recostó sobre el asiento trasero de su automóvil. Aferré mis brazos a su cuello y me acomodé sobre el asiento.

- Espera, Bill. – Dije antes de que cerrara la puerta.

- ¿Sí? – Dijo él.

- Gracias. – Sonreí débilmente.

- De nada, chiquillo. – Cerró la puerta y sonreí. Ahora sé que me encanta su aroma cuando me abraza. Qué detalle más estúpido, Tom. Irás a la casa de Bill. Eso es lo que importa. Bill… creo que estoy enamorándome de ti.

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