capitulo 10

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Por Bill.

¿Cómo todo se había abalanzado sobre mí? El destino aún continúa lanzándome balones. Sí, aún continúo con la idea de que me encuentro en un campo de entrenamiento. Y en ese campo, yo era el receptor de todos los balones lanzados. Uno de todos los balones, es Tom. Él es el balón lanzado que lo tomé entre mis brazos y le protegí de no caer –literalmente-. Pues; aquel balón será el único al cual yo cuidaré, al cual yo protegeré de todo mal. Es el que recordaré por siempre, porque fue el único que golpeó fuertemente, directo a mi corazón. Tocó todos mis sentidos, por esa razón, aquel balón, ahora, es mío. Me pertenece como todo lo que es mío.

Tomé el móvil del bolsillo de mis pantalones y llamé a mi mejor amigo. Comencé a pensar qué inventaría para decirle que no asistiré al centro hoy. Pero, ¿qué podría ser lo que le
dijera?

- ¿Hola?

- Joder. Hola, Mark. Habla, Bill. – Le dije.

- Maldición, ya me estaba preocupando por ti.

- No debes preocuparte. Estoy en casa. Es que Tom tuvo un accidente. – Dije
inconscientemente y golpeé mi cabeza contra la pared.

- ¿Tom? ¿Tu paciente?

- Diablos. – Maldije golpeando la pared con mi puño cerrado. – Sí. Tom, mi paciente.

- Pero… ¿qué…? ¿Qué diablos haces con tu paciente en tu casa?

- Solo… he dicho que ha tenido un accidente y debí ayudarle. – Suspiré y por un momento, deseé enterrarme quince metros bajo tierra.

- No ocurrirá nada con el niño ¿verdad?

- ¡No! ¡No, no, no, no! ¡Por Dios! ¿Qué dices? – Fingí quejarme. Mira lo que dices, Bill; hace un rato ibas a hacerle de todo al niño.

-Perdona. En serio, perdona.

- Está bien. Solo quería decirte que no asistiré hoy al centro. Así que no me esperes. Suerte, adiós. – Sin aguardar a que respondiera, di por finalizada la llamada telefónica que tenía con él.

Quité el sudor de mi frente y suspiré. Estuve a punto de mandarme al frente yo solito. Demonios, esto se está poniendo demasiado difícil. ¿Cuánto podré soportar sin hacer nada?

Unos brazos rodearon mi plano pecho y abrí mis ojos enormemente cuando un ronroneo se hizo presente. Oh, no. Mi niño hermoso.

Coloqué mis manos sobre las suyas y apreté los ojos. Él era tan tierno… joder, él me puede como nadie.

- Ven conmigo. – Ronroneó mi niño restregando su cabeza contra mi espalda, provocándome cosquillas.

- No… aquí está bien. – Me di la vuelta y le tomé de las caderas, elevándole hasta sentarle sobre el mármol de la mesada de mi cocina.

- ¿Ya lo harás? – Preguntó esperanzado y sonreí débilmente.

- No. Aún no. – Le quité la playera que traía puesta y besé sus labios con desesperación. Era la primera vez que sentía la necesidad de hacer ‘eso’ con alguien. Pero no le obligaría a nada si no quiesiese.

- Pero quiero que lo hagas. – Se quejó luego de separar nuestros labios. – Bill.

- No te haré nada. Lo haré cuando sienta que es el momento. – Comencé a besar su cuello y él se contrajo sobre el material de la mesada.

- Ahora es el momento. – Jadeó él y llevó sus manos hacia el comienzo de mi playera.

- Tom, ¿estás seguro? Siento que no estás listo. – Dudé, pero hizo caso omiso a mis dudas y elevó su cabeza para observarme.

- O sea que no lo hacías por… mí. – Dijo y colocó sus manos sobre mis hombros, besando mis labios suavemente.

- Pensé que tal vez no querías hacerlo. – Susurré colocando mis manos en su cintura, bajando mi tono de voz.

- ¡Vengo diciéndote que lo hagas hace más de una hora! – Se quejó y sonreí ante su nueva e increíble reacción.

-Es que tal vez lo decías sin pensar. Quién sabe. – Dije torciendo la boca y él me observó con una mueca de incredulidad en su rostro.

- No. – Negó seriamente. – Yo te amo y quiero estar en serio contigo. Nunca diría algo semejante como eso, sin pensarlo dos veces. Yo… dejé de ser tan impulsivo desde que te conocí a ti.

- Eres jodidamente adorable. – Sonreí enternecido y acaricié su mejilla izquierda, provocando que soltara un suspiro.

- ¿Puedes hacerme un favor? – Preguntó él acariciando mis hombros al mismo tiempo en el que sonreía pícaramente.

- Dime. – Sonreí entrecerrando mis ojos.

- ¿Podrías… hacerme el amor? – Preguntó nuevamente, susurrando contra la piel de mi cuello, para luego, comenzar a depositar besos en aquella zona.

- Hmn… vale. Si me lo pides así, lo haré. Tus deseos son órdenes, chiquillo. – Sonreí y le tomé de las caderas, colocándole sobre las mías. Comencé a caminar hacia mi habitación, en la cual me adentré con mi niño en brazos. No calculé bien en donde se encontraba la cama y choqué contra la madera de la misma, cayendo sobre ella, entre las piernas de mi chiquillo.

- Augh. – Se quejó en seco.

- Lo siento. – Me disculpé frunciendo mis labios en una mueca apenada.

- Oh, no, no. Déjalo, no importa. Tú solo… házmelo. – Acercó mi rostro al suyo y depositó un corto beso en mis labios.

- Si no quieres que lo haga, dime y dejo de hacerlo. – Aclaré al mismo tiempo en que acariciaba su cuello suavemente.

- Ajá. – Balbuceó apretando sus ojos.

Comencé a besar su cuello, oyendo cómo ahogaba cada uno de sus gemidos. Alcé un poco mi cuerpo y quité la playera que yo llevaba puesta. Besé su pecho, sintiendo los latidos de su corazón un poco acelerados. Llevé mis manos hacia el comienzo de su pantalón, desabotonándolo lentamente. Besé su abdomen suavemente y oí que soltó un quejido cuando iba a comenzar a descender sus pantalones.

- ¿Dejo de hacerlo? – Pregunté levantando mi cabeza para observarle.

- No, solo quiero que lo hagas de una condenada vez. – Se quejó quitando un poco de sudor de su frente al frotar su mano contra ella.

PSICOLOGÍA PERFECTA | TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora