PRÓLOGO

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Nunca busqué esto.

Corría sin parar, huyendo de un peligro que nunca había creído posible.

Nunca quise esto.

Siempre había imaginado el momento de su muerte muy diferente a lo que vivía en ese momento. Era fuerte, era poderoso, era el mejor. El mejor hechicero del mundo, de la historia. El más fuerte.

Pero el ego fue su perdición.

Él diría que había sido la traición, la conspiración, las puñaladas en la espalda que nunca esperó de una de las pocas personas en quien confiaba de verdad. Por quien hubiera dado su vida si hubiera sido necesario.

Y ahora me veo humillado, huyendo de un puñado de debiluchos que se creen con derecho a mandarme, debilitado por el veneno.

Se confió demasiado, se creyó demasiado inteligente y poderoso como para notar la cuerda que se apretaba alrededor de su cuello, asfixiándolo sin siquiera darse cuenta.

Cayó al suelo, tosiendo sin parar. Un sabor metálico se instauró en su boca, la garganta le ardía y el estómago le dolía como nunca antes. Si no supiera que era imposible, creería que alguien le había hecho tragar cristales rotos que le desgarraban por dentro.

Escupió la sangre que se le acumulaba en la boca y siguió avanzando, arrastrándose por el suelo, moribundo. Estaba en las últimas, no duraría mucho.

Las hojas se le pegaban, la arenilla y las piedras del camino se clavaban en la piel y le provocaban más heridas de las que ya tenía.

Nunca quise morir así.

Siempre creyó que moriría en batalla, empapado de sangre y sudor, imbuido en energía maldita, con la adrenalina recorriéndole las venas e impidiendo que sintiera el dolor de las heridas.

Cubierto de vísceras y entrañas de maldiciones, disfrutando de su sufrimiento hasta exorcizarlas mientras se reía en voz alta como un maníaco.

Esa era su muerte deseada. Sin teatros, sin lamentaciones, sin lágrimas. Como un auténtico hechicero, en una masacre de maldiciones a su alrededor. Sin arrepentimientos.

Ahora me arrepiento de mucho. De haberte conocido, de haber confiado en ti. De abrirte las puertas de mi hogar.

Pero no fruto de un golpe bajo, tan fácil, tan débil. Odiando a quienes amaba, a quienes había creído que le amaban.

Quería morir en gloria, no consumido por el odio y el rencor.

Oyó algo posarse a pocos metros de él, un aleteo y una ligera corriente de aire le saludaron.

–Nue –escuchó en voz baja, casi en un suspiro.

Tú.

–Lárgate... –murmuró, tan bajo que no estaba seguro ni de haberlo dicho.

No quería verle, no a él. No ahora.

–No hay nada que puedas hacer –dijo una voz masculina a su lado.

Gruñó en voz baja, notando el carraspeo por la sangre que seguía subiendo por su garganta. Le dolía el cuerpo entero, y dudaba que fuera capaz de hablar en voz alta, pero no por eso dejaría de intentarlo.

Una oleada de odio le embargó, tan fuerte que le dió fuerzas en sus últimos momentos. Le dio ánimos para intentar hacer algo, aunque fuera imposible.

–Voy... a... matar... –dijo, con la voz ahogada, intentando mirar de reojo a su oponente.

Mierda... se me nubla la vista...

El CaídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora