Capítulo 12

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Tengo que salvarla...

Fushiguro se encontraba luchando en el interior del dominio incompleto de esa maldición. Una que, muy probablemente, también había maldecido a su hermana. Que podía matarla.

Tengo que salvarte...

Tanto él como Yuuji y Kugisaki habían ido a una misión. Se habían encontrado tres cuerpo, con rastros residuales de energía maldita. Todas las víctimas habían experimentado los mismos fenómenos antes de morir: las puertas automáticas de sus lugares de residencia aparecían abiertas.

Y todas aparecieron muertas una semana después.

Después de investigarlo, vieron que se trataba de una maldición temporal, la cual se manifestaba años después de marcar a las víctimas una vez habían hecho el ritual. Cruzar un río, saltar un puente.

Lo que debía ser una simple prueba de valor entre adolescentes, se convertía en una sentencia de muerte.

Todos los que habían realizado esa prueba, habían empezado a morir. Y a saber cuántos más serían los siguientes.

Lo mismo para la mejor amiga de Tsumiki, con quien fue a hacer la prueba. ¿La diferencia entre ellas? Tsumiki ya estaba maldita, postrada en cama. Si de verdad le ocurría algo, no podía decirlo. No sabían cuánto tiempo tenían, si ya había empezado, si le quedaba sólo un día antes de que la maldición fuera a por ella.

Debía exorcizarla.

Sus amigos decidieron quedarse con él, aunque les engañara para hacerlo sólo. Tenía esa mala costumbre, le gustaba ocuparse de sus asuntos él mismo. Sin embargo, habían sabido ver a través de su mentira. Y seguían ahí, con él, dispuestos a luchar para salvar a su hermana.

No se lo dijo, pero le conmovió enormemente. Sin quererlo, sin saberlo, cada vez se sentía más unido a ellos, en especial a Itadori.

Sin embargo, la maldición contra la que luchaban les había atrapado. O alguna otra cosa, no lo sabía. Kugisaki había sido arrastrada fuera del dominio e Itadori la siguió, quedándose él sólo, luchando contra lo que pretendía matar a su hermanastra.

Si quiero salvarla, si quiero exorcizarle, puedo usar...

-x-

–¿Y tú quién eres? –preguntó Itadori, viendo al individuo que tenía delante de él.

Se trataba de un hombre extraño, sin camiseta que hablaba de forma extremadamente educada. Iba peinado con una especie de cresta, con pantalones ceñidos y unos tirantes que se unían a un cinturón en su pecho. El conjunto lo complementaba una pajarita y unos piercings sobre las cejas.

Lo más extraño era el olor que se desprendía, recordaba a carne putrefacta.

Kugisaki se encontraba a su lado, parecía que ese tipo era el que la había sacado del dominio de la maldición contra la que peleaban, e Itadori no dudó ni un segundo en acudir a su ayuda.

Sabía que Megumi era perfectamente capaz de lidiar con eso él solo, sin embargo, no sabían nada de lo que había absorbido a la chica.

No tardaron en divisar a otro individuo, uno bajito, de color verde y forma muy parecida a las maldiciones. Tenía una cara pequeña y una segunda boca debajo, una mucho más grande, por lo que supusieron que se trataba de una maldición.

Ambos se trataran como si fueran hermanos, por lo que ambos jóvenes llegaron a la misma conclusión: eran maldiciones, y su deber como hechiceros era exorcizarlas.

Sus nombres eran Esou y Kechizu, parecía ser.

Pronto empezaron una lucha a dos manos, un dos contra dos. Kugisaki e Itadori eran perfectamente capaces de coordinarse entre ellos, se entendían mucho mejor de lo que parecía, teniendo en cuenta que era la primera vez que luchaban juntos.

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