Capítulo 10

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Gojo y Geto notaron como la energía aumentaba exponencialmente en menos de un segundo.

–Satoru... –murmuró Geto, pálido como la nieve, temiéndose la respuesta de su pareja, pero aun así, necesitando confirmación de su parte.

A Gojo no le hacían falta los seis ojos. Ni los seis ojos ni el antifaz que llevaba puesto para saber a qué era debido eso. A quién pertenecía ese energía maldita.

Así de fuerte era el Rey de las Maldiciones. Su energía maldita ni siquiera podía ser contenida ni escondida con un velo, y Gojo podía sentirla perfectamente.

Tragó saliva. Sólo podía rezar, pero no tenía más remedio. No cuando los estudiantes, su hijo adoptivo, incluso su pareja, estaban en un peligro de muerte como ese.

De pie sobre el dragón arcoíris, apuntó directo a ese punto, conocedor de que iba a atravesar el velo a cada lado, incluído lo que había enmedio.

Colocó los dedos y estiró el brazo.

–¡Satoru qué haces! –le recriminó Geto. Temía no haberse equivocado, pero viendo a Gojo así, sabía que había acertado sus suposiciones, lo que daba un miedo tremendo.

–No queda otra, Suguru –murmuró, con un ligero atisbo de duda en su voz.

No quería hacerlo, por supuesto que no, pero si de verdad quería contener a Sukuna, debía ir con todo. Pasara lo que pasara con Yuuji.

–Puedes herir a los chicos –intentó pararlo Suguru, más racional.

No lo hagas más difícil, por favor.

Satoru negó con la cabeza.

–Tendrán que apartarse –respondió, inspirando.

–¡Podrías matar a Megumi en tu intento por salvarle!

Es un riesgo que me veo obligado a correr.

Lanzaría su ataque más dañino, Murasaki, esperando que nadie muriera en el intento.

Gojo respiró antes de pronunciar su ataque más poderoso, dirigido directamente al recipiente de Sukuna, el cual había tomado el control y estaba desatado.

Podía sentirlo. Sus seis ojos no le permitían no verlo, podía sentir perfectamente que Sukuna estaba alterado. Su energía maldita vibraba, llena de rabia, odio, libre. Era como si un tigre hambriento hubiera sido liberado en medio de un campo de liebres.

Había que pararlo, y las liebres tendrían que sobrevivir por sí mismas.

Mura... –empezó a recitar el hechizo para el sello, pero se detuvo al notar algo raro.

¿Ha desaparecido?

Tan rápido como apareció, la energía de Sukuna se fue. Tal parecía que Itadori había vuelto a recuperar el control, durante exactamente sesenta segundos.

¿Lo habrá provocado Itadori? Imposible... no se fía de él.

Pero eso no era todo, durante los últimos diez segundos había parecido que...

¿Añoranza? ¿Tristeza?

Gojo estaba confundido. Sabía que sus seis ojos no se equivocaban, por lo tanto, no entendía qué había podido provocar esas emociones en la energía maldita del Rey de las Maldiciones.

–Se ha... detenido –murmuró Geto, igual de extrañado.

–Hay algo que se nos escapa... –murmuró Gojo.

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