Día 30: Miércoles.

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Día 30: Miércoles.

Falta una hora y treinta minutos para que suene la alarma, ella sabe que no le alcanzará para seguir durmiendo pero se aferra; mira el reloj y han pasado cincuenta minutos, hay que revisar qué hay en las redes... nada, pero faltan quince minutos para que suene la alarma y hoy es día de ejercicio, para qué intentarlo, mejor hay que alistarse.

Ella busca su atuendo deportivo escondido en el armario, como hace frío, se lleva la sudadera gruesa universitaria, ¡a cambiarse de ropa!, calcetines puestos para hacer toser a esos tennis un poco de mentol y zinc. Listo, ahora ella procede a peinarse: una coleta hecha con una liga y cinco clips para esos mechones que no alcanzaron a ser sometidos... pero se pudo hacer una coleta y eso es mucho teniendo en cuenta que su cabello crece lento, pero seguro.

Su botella con agua y su morral la esperan, pero ella baja a sacar la basura ya que es hoy la llegada del camión. Ya se lavó las manos y se desinfectó con alcohol en gel, las vitaminas que se tomó surten efecto y poco a poco va dejando ese letargo.

Con morral al hombro y botella en mano, ella entra al gimnasio. Saludos de beso y mano hasta escuchar la indicación de trotar: ¿Qué canción inspirará su fantasía? El otro día ella imaginó que trataba en un gimnasio en París porque la melodía estaba en francés, hace quince días imaginó que ayudaba a un compañero nuevo a no quedarse atrás y a seguir trotando. Se acabó el entrenamiento,  ahora a colgarse de la barra; ella ha mejorado y está pendiente a las indicaciones del instructor y de la pista musical... suena esa canción de moda y no solo hace el ejercicio como si el ambiente fuera su metrónomo (así son los músicos), si es una canción que le gusta (sin admitirlo todavía a su familia) la adrenalina y las hormonas de la felicidad hacen su labor y ella deja de ser el eslabón más débil.

Pero el optimismo juega con ella y a la orden de tres vueltas a la pista, sabe que no es su fuerte; corre hasta sentir su pecho tamborilear. Mira su reloj pensando que serían 130 latidos por minuto... ¡Son 168!

—¡Menuda máquina! —pensó para sí— ¡activé mi alarma por si llegaba a los 130 latidos y no me avisó!

Ella procedió a ralentar su paso y esperar a que sus latidos bajen a 120 y seguir trotando. Fue la última en volver al salón pero logró escuchar a tiempo las indicaciones para el circuito de ejercicios. Lo que a ella le gusta son las sentadillas, pues son más fáciles de realizar que voltear esa llanta, lo bueno es que lo hace al ritmo de su música favorita.

Al fin la jornada terminó y es hora de estirarse, acto seguido toma agua y espera a tomarse la foto de la clase de hoy. Va por su agua y su morral para decir con suave voz: "nos vemos pronto".

Regresa a casa y procede a desayunar con un detalle que la hará perder el tiempo hasta que se meta el sol: sus anteojos jugaron a las escondidas.

Reto escritubre 2023: Grandes autores, breves lecciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora