Prefacio

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Existen pocos lugares donde siempre la madre luna permanece en el firmamento, el sol suele ser el astro guía para todos aquellos amantes del amanecer, pero para algunos, ocultos tras escarpados montañosos o tras pasajes espirituales desconocidos, ...

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Existen pocos lugares donde siempre la madre luna permanece en el firmamento, el sol suele ser el astro guía para todos aquellos amantes del amanecer, pero para algunos, ocultos tras escarpados montañosos o tras pasajes espirituales desconocidos, la madre luna era la única que aportaba su luz en las noches más oscuras.

Bañando todo con su luz.

¿Cuándo sería el día que su hermosa diosa guía traería paz a su lastimada vida? Arma de los adeptos, arma de los fieles, la salvación de aquellos que adoran al astro madre del cielo oscuro, aquella que guía a los navegantes, aquella que abre caminos a los huérfanos olvidados por el sol.

—"Que seríamos sin ti, diosa madre..."—No recibiría otra respuesta más que su manto platinado sobre sus hombros en aquella helada de invierno donde la escarcha caía furiosa fuera del pequeño techo de piedra, para un asesino no existía mayor comprensión que esa.

Hablar al vacío. Incluso hablar con su hermana se sentía similar.

Preguntarse qué deparaba el destino para él era habitual, aunque ya no existiera una real esperanza, enfocarse en la misión era todo, desde sus pasos hasta la más sutil de sus exhalaciones. Todo era para proteger al pueblo de la luna, el fuego junto a él se mecía como una pluma frente a la tempestad imperante de la montaña.

Nada podía hacerle frente al frio que calaba los huesos y que su cultura manejaba con una destreza casi irreal, él mismo sentía sus rodillas temblar, pero aguantaría junto a las brasas y no se dejaría arrastrar por la muerte. Si el veneno mortal no fue capaz de llevar su alma, entonces tampoco la montaña sería capaz de hacerle abandonar su calvario, al menos no mientras Alune estuviera en el páramo espiritual luchando a su lado.

Sus ojos se cerraron con la llegada del amanecer, el frio caló sus huesos, el sol no fue capaz de tocar su pálida piel, solía esconderse de sus rayos como si su presencia le asustara, como si el astro gobernante del día pudiera delatar su escondite y llevarle a la muerte, por ello su tez cada vez era más pálida.

¿Alguna vez el sol le había bañado los hombros plenamente? No poseía memoria alguna de un acontecimiento como aquel, muchos escritos relataban su calidez, pero se negaba a disfrutarla, tenía miedo comenzar a amarla y olvidarse de la belleza que gobernaba la noche.

En sus sueños escuchaba risas, en su vida la risa no abundaba, en su pueblo la risa era escasa, la única risa que conocía era la de su amada hermana y la propia... no sabía si alguna vez la tuvo.

—Oye, mooncake ¿sigue en pie lo de esta noche?—Escucho, sus ojos estaban ahora abiertos, eran suyos, pero a la vez de otro, pero si eran de otro ¿por qué la calidez se sentía tan real y propia?

La piel de su frente chocaba con la de alguien más, podía ver sus colmillos, bastante particulares y la forma perfecta de su boca. Era la risa de un hombre, uno que estaba muy cerca, tan cerca que podía sentir su aliento acariciarle la piel de la nariz.

Su corazón latía feliz, la emoción era incontrolable, tanto que el sonido rebotaba en sus oídos, las manos del que parecía su cuerpo se recargaban en la piel de aquellas mejillas tostadas, compartían la emoción de estar juntos.

La calidez de esos labios le exaltó al punto que su cuerpo entumecido por la helada saltó, buscando despertar, desconectarse de aquel encuentro de otro mundo ¿O tal vez era del mismo mundo? el vínculo del arma de los adeptos con el mundo espiritual era tan grande gracias al veneno que era desconocido el poder que podría llegar a tener.

—Claro que si— Era su voz, su propia voz, una que no escuchaba hace tanto, quiso llevar las manos a su garganta, pero no pudo, por un segundo se sintió atrapado en su cuerpo, pero al alzar la mirada pudo ver a su madre guía sobre el firmamento, rodeada de las flores propias de Targón, donde el mundo de los espíritus conectaba con el mundo de los vivos y se disolvía en el velo que destruía cualquier intento de cruce, ese paramo, no era digno de ser pisado por creaciones de barro y agua.

"Escucho tu llamado, arma de los adeptos, la verdad está frente a tus ojos, el hilo de tu alma, conectado a mi luz, deja que te guíe, seré tu manto, seré tu luz, no temas a la oscuridad del camino, aun en la noche más oscura, te acompañaré..."

Las emociones eran confusas, sorpresa, ilusión, admiración ante tanta belleza, sus dedos se entrelazaban con otros más grandes, más fuertes, viendo cómo se alzaban en dirección a la brillante luz.

—Que la madre luna nos ampare en el camino, Phel—

"¿Cómo conoces mi nombre?"

—Si, así es... Settrigh—

Como si se estuviera ahogando su mano se alzó intentando conservar el recuerdo, alzó la respiración y el gimoteo posterior rasgó su garganta, obligándole a tomarla con dolor, aun si no podía sanarla, la presión le causó algo de alivio.

"Settrigh..."

Desconocía el por qué aquel nombre simplemente le parecía hermoso. 

Un pequeño prefacio, para admirar la luna

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Un pequeño prefacio, para admirar la luna.

Atte.Fade

Destinados por la luna ☽ Settphel ☾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora