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Elizabeth.

Cuándo me besó, mi corazón dio un salto, mi piel hormigueó, y mi cuerpo cedió a su demanda. Se suponía que debía odiar su contacto. Se suponía que debía empujarlo y abofetearlo y decirle que no me tocara.

Definitivamente no debía besarlo de vuelta.

Y definitivamente no debía gemir su nombre.

Pero mi cabeza da vueltas por las emociones de hace unos momentos y lo de ahora, que va creando una neblina por sus caricias. Caricias las cuales para mi propio asombro las disfruto y no quiero que pare. De hecho, quiero más.

Me hace reaccionar de una manera en la que mi cuerpo no está acostumbrado pero que aún así anhela más de su contacto. Y, sinceramente, me asusta un poco. Porque no se como manejarlo.

Y con solo el calor de su beso dejé de pensar en alejarlo. Podía saborear en su boca lo que es el vino y el toque metálico a sangre, un sabor que para mi promete pecado puro.

Dioses, tendré que orar hasta la vejez por esto.

Meliodas deslizó sus dos manos por mi cintura y me levanto sentándome en el ataúd presionadose firmemente con mi cuerpo, ni siquiera era consciente de que estaba, literalmente, sobre mi padre muerto.

Temblé cuando su boca de nuevo se arrastró por un lado de mi cuello y abrió con sus dedos dos botones para exponerlo más, y la otra de sus manos acabó en mi muslo izquierdo, acariciando de arriba a abajo a través del material de la falda de mi hábito.

—Discúlpame por esto.

Respingue a mitad de su murmullo al ver como rasgaba la tela de mi falda por la mitad. Su mirada encontró la mía y me dio una sonrisita.

—¿Qué haces?. —medio grité viendo mi falda y su mano separadola como si fuera cortina.

No contestó, en cambio su mano volvió a mi pierna y esta vez su palma conectó con la carne interna de mi muslo, mi piel erizandose a su paso cada vez que subía acercándose a mi intimidad. Me puse rígida viendo uno de sus dedos traviesos pasar por la nueva humedad de mis bragas tocando ese punto nervioso qué me hizo gemir.

—Haber, haber, haber... —dice— ¿Disfrutas qué te toque Elizabeth?.

¿Lo disfruto?. Bueno, dios santo perdóneme, pero lo hago.

—N-no —respondo.

Tararea, calramente sin importarle si estoy mintiendo o no, pero sé que lo sabe. Mi cuerpo traicionero lo delata. Meliodas pasa la yema de su pulgar por mi centro y envía una descarga eléctrica por mi vientre y hace que me ponga más húmeda. Se acerca a mi rostro -que de seguro está colorado- y miro sus labios.

—Mentir es pecado hermana. —dice contra mi boca.

No me deja responderle y me sumerjo en la danza de nuestras bocas devorándome sus besos exigentes y cálidos. Me deleito con tenerlo de nuevo que mis músculos se relajan y él aprovecha deslizando sus dedos dentro de mis bragas arremolinándose alrededor de mi clítoris, y me estremezco sorprendida.

—Maldita sea, tan jodidamente mojada.

Todo esto ya es un pecado.

Gimo, él tragandose el sonido, y no puedo evitar que mis caderas se intenten frotar contra la madera y sus dedos. Me contraigo cuándo penetra mi coño y a la vez muerde con fuerza mi labio inferior, empuja sus dedos con profundidad, frotando mi punto y masajeándolo.

Siento una pequeña punzada en mi labio y suelto una queja. Meliodas chupa y curva una sonrisa sobre mis labios.

—Me gustaría mezclar este sabor con otro.

Un Pecado ReligiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora