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Elizabeth.

Las cadenas hacían ruido con el movimiento de poder quitármelas dejándome también marcas en las muñecas. Estaba muy cansada y con suerte puedo mantenerme de rodillas, Meliodas es un cretino al dejarme encadenada a un árbol del jardín tal cual como si fuera un animal.
Ya no tenía fuerzas.

Desde que llegué de las subastas a su gran pero gran mansión que viendo a su alrededor estaba rodeado de un bosque, lo primero que hizo fue mandar a alguien a encadenarme y luego olvidarse de mi por dos noches, a la tercera todavía me sobraba fuerza para patearle las pelotas pero ya saben, no sirvió de mucho, ni con sus sirvientes que por cierto algunos eran humanos.

Y ahora, he pasado casi una semana aquí afuera donde de en vez en cuando se acuerdan de alimentarme, supongo que es un castigo por la resistencia que he puesto, ¿no?. En fin he tenido problemas para dormir, si  bien es por el temor de algunos animales que rondan por la noche también es por el abrasador frio donde me tiene temblando como gelatina.

Madre santísima. Si hasta las nalgas las tengo entumecidas.

El día pasó y perdí la noción del tiempo donde estuve insultando a Meliodas en todos los idiomas y formas que fuera posible desde que llegué hasta conciliar el sueño (ósea perder la conciencia) pero cuando abrí mis ojos desperté en un lugar donde estaba completamente oscuro, no sabía en dónde estaba ubicada y no veía nada, tanteé con mis manos intentando encontrar una pared o algo con que estabilizarme pero me dolía todo el cuerpo, sobre todo las piernas.

En lo que mis manos topaban el suelo intentando saber en donde estaba, tope con una bolsita pequeña y con un líquido pegajoso, me asusté, no dudaba que en esta mansión de vampiros no haya sangre por ahí.

Pero el líquido era diferente y el  familiar olor a hierro no llegó jamás a mis narices, además la bolsita tenía un pequeño pico. La apretuje y el líquido volvió a salir, estaba un poco tibio pero su textura era como moco, estaba claro que no era sangre. Una pequeña idea de lo que es se formó al fondo de mi cabeza.

—Yo no tomaría eso señorita.

Temblé en mi sitio y gire mi cabeza forzando mi mirada en la oscuridad para ver al repentino intruso.

Unos faroles iluminaron de repente el sitio en el que me encontraba, era tenue pero suficiente para apreciar al tipo en la entrada y a la cosa que tenía en manos. Antes de ver que era lo que sostenía me puse en alerta por el vampiro que se mostraba sereno, es un hombre de complexión musculosa, tiene el cabello largo de color rosa que cubre su ojo derecho y ata en la parte posterior en una cola de caballo. Tiene un largo bigote que llega a su sección pectoral y una pequeña barba de chivo. Su marca negra consiste en dos flechas negras que se extienden debajo de su ojo izquierdo y una mancha de oscuridad en su hombro derecho que se extiende más allá de su brazo.

Este es otro de alto rango. No había duda en eso.
No le quite la mirada atenta a su persona, pero este con un movimiento sutil de su barbilla señaló mis manos.

—Debería ver lo que sostiene.

Sin bajar la guardia heche una rápida mirada al objeto que tenía, fue tan rápido que me desconcertó que volví a mirarlo, esta vez con detalle para asegurarme.

Un condón usado.

Lo solté de sopetón y una arcada quiso salir de mi al ver que mis manos se mancharon con fluidos de quien sabrá que persona o vampiro. Busque con la mirada un tanto desesperada por limpiarme que incluso olvide la presencia del vampiro que no perdía detalles de mis movimientos, solo hasta que hiso un pequeño sonido con la garganta que mis ojos capturaron de nuevo su atención.

Un Pecado ReligiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora