Luto: parte dos

39 7 36
                                    

La densidad de la madrugada incrementaba conforme las horas transcurrían en la angosta habitación, donde las tres personas comenzaron a valorar la importancia del silencio por encontrarse en medio del colapso

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La densidad de la madrugada incrementaba conforme las horas transcurrían en la angosta habitación, donde las tres personas comenzaron a valorar la importancia del silencio por encontrarse en medio del colapso. El reloj no mentía cuando daba el primer y último aviso para darle la bienvenida a la hora maldita, la de los diablos.
Se venía como anillo al dedo para el chico que, sin percatarse, inclinaba la balanza a su favor.
Faltaba un minuto para que dieran las tres, y para ese punto ya había saciado el hambre con cuatro de las quince hamburguesas doble carne que Carmela pidió para ellos. Lo mismo iba para Yoko, quien iba por la sexta, llenando la barriga que durante todo el día estuvo vacía.

Aunque el aire acondicionado estaba a todo lo que daba, el bochorno del interior hacía sudar a las dos mujeres. Contrario a Kendall, dado que el ambiente le era acogedor. Era como si las energías hubieran regresado a él. Pues a comparación de ellas, se sentía más vivo que nunca, lo que era contradictorio para lo que hace poco manifestaba. Aquellos grandes y profundos ojos celestes voltearon a la asiática que comía como si de su vida dependiera de ello. Miró a Carmela de manera delictiva, al igual que coqueta por la excitación que pasó a tener de un momento a otro, sobándose la entrepierna. Ella seguía a la espera de que ellos diesen el primer movimiento para iniciar la conversación, con su característica sonrisa picarona, cruzada de piernas mientras degustaba un habano.

—¿Quieres romperle ese culo a la gorda? —le dijo una voz en su cabeza, idéntica a la del ente de sus sueños—. Porque yo quiero que lo hagas, ella también quiere que lo hagas frente a la niña que proteges. —Kendall sonrió en señal de afirmación ante la declaración de la voz que reía dentro de él—. Hagámoslo. Pero primero saquemos provecho de todo. Juguemos un poco.

Algo estaba cambiando en Kendall, y él no lo notaba. Se relamió los labios a la par de tomar la botella de vidrio con cerveza oscura de la mesa para vaciar el contenido de quinientos mililitros.

—¡Que puto calor hace! —clamó Carmela al momento de desabrochar tres botones de su camisa blanca, dejando ver algo de su sostén morado—. Acabo de comprar el aire acondicionado y ya lo jodieron. Ustedes no pueden cuidar nada. Diría que no rompen sus culos porque son de ustedes pero recordé que hace un mes se lo rompieron al chulo de mora azul —rió—, que momento.

Kendall fijó toda su atención en Yoko que seguía comiendo, cuyos bocados se volvían lentos a medida que su estómago se llenaba. Aprovechó que ella estaba sentada a centímetros de él para darle un beso en la frente y limpiar la salsa de tomate sobre la comisura de sus labios.

—Chinita, ¿quieres algo más? —le preguntó.

—Me estoy atorando —contestó ella con la boca llena de papas fritas con aderezo picante. Señaló hacia Carmela, justo a la bolsa café que tenía entre las piernas donde se encontraban las bebidas—. Quiero mi refresco —miró al chico con una aparente inocencia, estando desarmada por no pensar en otra cosa que no fuera la comida.

¿Y por qué no somos sinceros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora