Dueño

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Delirio, limbo, pendejismo. Sin importar que tan decente o vulgar se escuchara, todas esas expresiones coincidían en Kendall y Yoko cuando escucharon el crujir del cuello de Carmela, quien tenía el rostro sobre el plato; después de caer cuál marioneta que le cortan los hilos.

—Lind  —habló Margarita, dirigiéndose a la mesera a espaldas del cadáver de Carmela—: ¿puedes llevártela? No somos salvajes como para comer junto a nuestra difunta gordita. —Negó, simulando pésame.

Ambos estaban perplejos en Carmela hasta que fue recogida por la mesera que parecía tener la fuerza necesaria para arrastrarla por si sola. Antes de ser llevada, sus ojos llenos de sorpresa se posaron en Kendall, dándole una última mirada, aunque fuese por una mísera casualidad de mal agüero.

—¿Por qué? —preguntó Yoko, con un nudo en la garganta.

—La carne se enfría —agregó la castaña, tomando una rebanada de pan con ajo.

Los chicos se mantuvieron quietos, sin decir o hacer algo ante la presencia de Margarita que, pavorosos de ser las siguientes víctimas, bajaron la mirada hacia donde segundos antes estaba Carmela.

En vista de la dificultad que los jóvenes tenían para digerir lo sucedido, Margarita dejó de chocar los cubiertos con su platillo para dedicarles un poco de su atención. Apenas se percató de ello, pues para ella y los que le rodean era una cosa normal el arrebatarle la vida a la gente. Cambió su característica mueca de persona buena para ser poseída por un comportamiento menos llevadero, pero igual de relajado.

—Ella trabajaba para ustedi —fue Yoko la primera en hablar, poco antes que la anfitriona—. ¿Por qué lo hizo? —su temblorosa voz estaba por traicionarla.

—Mírate en un espejo y encontrarás la respuesta —respondió Margarita—. Te necesitaba en una pieza y en buena forma para usarte de intercambio. Sin una oreja y toda desnutrida ya no puedo llegar a un acuerdo con Kande. Carmela se negaba a presentarnos, siempre me pregunté el por qué. Ahora todo tiene sentido. Ella los torturaba, si... Bingo. Ella quería ganar tiempo en lo que ustedes se reponían. ¡Pero que mal por mi! Contigo hecha mierda ya no me sirves de nada

—No le importó matar a alguien que le servía día y noche —farfulló Yoko—. ¿Por qué...? —tenía miedo, demasiado. Sin embargo, de cierta forma se sentía identificada con la mujer regordeta por dedicarle toda su vida al laburo.

—¿Era necesario matarla? —cuestionó Kendall, menos expresivo que Yoko.

Margarita los observó sin decir una palabra. Los analizaba detenidamente hasta que llegó un punto en donde el silencio lincomodaba al par de jóvenes.

—Chicos: ¿les gusta el masoquismo? —contestó con otra pregunta—. Ya saben... los golpes, insultos, la mala vida. Toda agresión que vaya más allá de lo denigrante. Lo pregunto porque si es así, no me molestaría maltratarlos como lo hacia Carmela. —Suspiró, y ellos permanecieron callados—. Saben, si ven lo que sucedió desde una perspectiva subjetiva, acabo de hacerles un enorme favor con quitarles a  esa gorda de encima. Ya no seguirán pasando hambre mientras esperan las migajas de esa cerda dentro de una pocilga. ¿Entonces que ocurre? ¿Sufren de Estocolmo? Porque también puedo hacer que se les quite el papel de víctima con enviarlos a la zona más ardiente de la guerra con Kande.

—No es eso —masculló Yoko— usted dijo que ella era una de sus mejores trabajadoras.

—Era un buen elemento. Eso que ni qué.

—Entonces... —prosiguió la más joven.

—No le importa desechar a los suyos, así como si nada —concluyó Kendall.

¿Y por qué no somos sinceros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora