La luz de la luna era la única que se filtraba a través de las finas cortinas de gasa de la habitación principal de la gran mansión, la botella de vino vacía a un lado de la cama, y el reflejo en el espejo de los cuerpos amándose.
Las manos del pelinegro acariciaban tanto como podían abarcar del cuerpo debajo del suyo, los besos que dejaba sobre la piel morena de aquel que había abierto las puertas de mismo infierno, en donde se consumían quemándose en la pasión de su lujuria, cada que tenían la oportunidad.
Ni si quiera sabe como fue que cayó en su trampa, sólo recuerda haber tomado una fotografía de una de sus pinturas, la voz del artista sonando dulcemente llenando sus oídos, una presentación formal por parte de la dueña de la galería, y a partir de ahí, todos los límites se desdibujaron, pero es felíz de haberse dejado embaucar por aquel tramposo que lo deshacía en besos eróticos cuando tenían el tiempo de amarse ... a escondidas.
Escondidos del mundo, escondidos de sus amigos, escondidos...de sus parejas.
Pero todo carecía de sentido cuando estaban juntos, a su alrededor, el mundo simplemente dejaba de existir, por el sólo hecho de poder entregarse el uno al otro y dejarse llevar por la lujuria de la que eran esclavos. Esclavos que no querían la libertad, esclavos que con gusto se dejaban colocar los grilletes del deseo con tal de fundirse los cuerpos en uno sólo.
Habían pasado las últimas horas amándose, sin querer dejarse ir, el tiempo era un tirano que corría sin darles tregua al amor que se profesaban.
La hora de separarse se acercaba con cada gemido, cada lágrima de placer y de dolor por saber que debían alejarse nuevamente hasta que el de cabellos rubios volviera a enviar "el mensaje", aquel que el pelinegro esperaba durante días, aveces semanas, semanas, incluso meses que se hacían eternos en la espera de poder volver a tener ese cuerpo junto al suyo.
__ Ah... ah, cariño - el de cabellos rubios gemía en su oído mientras el arremetía contra su entrada y dejaba besos en su cuello, aguantando las furiosas ganas de marcarlo, marcar toda su piel, y así decirle al mundo que le pertenecía a él, que era suyo, mas suyo que de su esposo.
__ Ah, Bebé... ah, ... quiero, ah... marcar todo tu cuerpo.
__ Ah, si... cariño - sollozó justo al momento en que el pelinegro cambió las posiciones, colocándose de espaldas y dejando al de cabellos rubios sobre su regazo.
__ Móntame bebé, hazlo hasta que te quedes sin fuerzas.
Y él así lo hizo, acatando la orden, guiando el miembro del pelinegro hasta su entrada dilatada y sensible debido a las rondas de sexo de las últimas horas, se deslizó hasta sentarse y sentirse completamente lleno comenzando a cabalgar sobre la polla de su amante.
Las manos del pelinegro recorrieron los muslos del rubio hasta posarse en su cintura, y apretar en la zona hasta dejar sus dedos marcados sobre la sensible y suave piel del culpable de todos sus pecados, pecados que amaba cometer. Las delicadas manos del rubio recorrieron los fuertes brazos del hombre debajo de él, acarició el pecho, los abdominales, y el tatuaje cerca de su corazón, aquel que tenía grabadas las iniciales de su nombre en un lenguaje que solo ellos conocían, el pelinegro también llevó una de sus manos al vientre del rubio, donde también se leían las iniciales de su nombre en el mismo lenguaje.
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Cianuro y Miel
Hayran KurguDeja abierta la ventana, cariño, que cuando llegue la mañana me voy , pero promete que nunca me dejarás Palabras dichas en medio de la pasión de la que eran esclavos, esclavos que no querían ser libres de esa lujuria de la que caían cautivos . . . ...