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En dos días diré adiós a mi vida en esta ciudad, a Tillie y a una vida junto a ella. No vale la pena seguir esperando por algo que es evidente que no va a suceder. La he esperado por diez años, la he amado por diez años, la he anhelado por diez años, no puedo seguir poniendo en pausa mi vida, tan solo debo seguir adelante e intentar superar a Tillie y a esto que siento por ella. Pongo la última camisa dentro de la maleta, no tardo mucho en recoger mis pertenencias, y mañana, antes de ir a casa de mi hermana, pondré mi poco equipaje en el maletero, así puedo emprender mi viaje después del desayuno, y cuando esté reubicado, Dan enviará el resto de mis cosas con una empresa de mudanza. Ni siquiera alcancé a estrenar mi nuevo hogar. El sonido de la puerta me da la excusa para ir a buscar una nueva cerveza, ha sido de ayuda para mantener a raya los pensamientos intrusivos. Paso mi mano por mi rostro cansado y abro la puerta, y la imagen de una empapada Tillie que respira con dificultad y con gruesas lagrimas rodando por sus mejillas me recibe.

—Tillie. —susurro, sorprendido.

Sin pensarlo salta sobre mí, la sostengo entre mis brazos apretándola con fuerza, con miedo a que desaparezca en cualquier momento. Entierro mi nariz en su húmedo cuello, aspirando su familiar olor mezclado con olor a lluvia. No sé cómo podré superar esto que siento. Mis pulmones se llenan de renovado oxígeno trayendo una calma placentera. Tillie no deja de murmurar palabras ininteligibles, acompañadas del castañeo de sus dientes, intento separarla de mí, pero se niega a apartarse de mi abrazo. Con ella todavía enredada en mi cuello, cierro la puerta y camino hasta mi habitación para ayudarla a quitarse la ropa mojada y darle algo seco.

—Lo siento, lo siento, soy una tonta. —dice entre hipidos que me rompen un poco más por dentro. Pongo mi mano en su mejilla, tratando de calmar su monólogo.

—Lo siento, Cal... —Niego, acallando sus palabras. La dejo ponerse de pie en el centro de mi habitación y me acerco para dejar un beso en su frente fría, acomodo un mechón de cabello detrás de su oreja. Poco a poco la ayudo a quitarse el abrigo y su ropa húmeda va cayendo al suelo. Con cada prenda que desaparece de su cuerpo el mío empieza a tener pequeños colapsos.

—¿Caleb...? —susurra acariciando mi cabello, estoy de rodillas ante ella, ayudándola a desatar sus botas y poder sacar su pantalón. Levanto mi cabeza para mirarla, las chispas saltan entre nosotros haciendo crecer la tensión dentro de la habitación. Con cariño, acaricio el contorno de sus caderas, acercándola para besar su vientre, el agarre de sus manos en mi cabello se hace más fuerte y un suave gemido sale de sus labios. Con cuidado de no romper ese fino hilo invisible que nos une, me pongo de pie. Estamos frente a frente, con nuestros sentimientos y emociones desnudos. Deslizo mis manos por su cuerpo creando una memoria táctil de cada centímetro de su piel. El recorrido termina cuando mi pulgar acaricia sus labios color frambuesa. Ambos suspiramos haciendo que nuestros alientos se mezclen, nuestros corazones laten con fuerza contra nuestros pechos.

Un Santa para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora