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Era yo, siempre había sido yo, era la chica de la que Caleb estuvo enamorado en el instituto. Es increíble lo tontos que fuimos por no decir nada. Habíamos estado enamorados por un año y nunca actuamos en consecuencia a nuestros sentimientos, simplemente nos quisimos en silencio, observándonos desde la distancia, deseándonos en secreto. Pero entonces, ¿Dónde nos dejaba esta nueva información? Caleb dijo que aún estaba enamorado de la chica que conoció en el instituto, el único problema es que esa chica ya no existe, su llama se había apagado con la muerte de su padre y se terminó de extinguir con la de su madre. No puedo ofrecerle algo que ya no existe. ¿Qué pasará cuando sepa que había cambiado? ¿Qué esa chica que idealizó por más de diez años había desaparecido?

Lo único que puedo hacer es quedarme callada, mi mente se queda en blanco intentado asimilar su dulce confesión. Caleb recoge nuestros platos y luego, en un incómodo silencio me guía hasta su coche. Hablo solo para indicarle el camino a mi casa, detiene el coche, y de nuevo, abre la puerta para mi ayudándome a salir, y como un perfecto caballero, me acompaña hasta la puerta.

-Escucha, Til...

No le dejo terminar lo que iba a decir, y en un impulso, me pongo de puntillas dejando un fugaz beso sobre sus labios para luego entrar corriendo, sintiendo una extraña mezcla de emociones y mi corazón martillar con rudeza en mi pecho. Escucho la risa de Caleb retumbar hasta donde estoy escondida y mi sonrisa se amplia y por primera vez en diez años me siento feliz. Llevo mis manos a mi rostro y me doy cuenta de que estoy llorando. Miro mis manos humedecidas por mis lágrimas y comprendo que, esta vez no son lágrimas de tristeza, son lágrimas de promesas por cumplir, de sueños renovados, de nuevas ilusiones y comienzos inesperados.

Nerviosa, abro la puerta de casa, Grace está de pie al lado de la ventana, me mira sin dejar de sonreír y entonces, como una loca empieza a saltar y a gritar emocionada.

-¡Cuéntamelo todo!

Pasamos toda la noche hablando de lo que había sucedido, de su dulce declaración de amor, del postre que lleva mi nombre y de mi impulsivo beso. Grace se lanza sobre mí, me arrebata la taza de chocolate y luego me abraza haciéndonos rodar por el suelo, quedándonos tendidas sobre la alfombra. Toma mi mano, apretándola con fuerza, gira su rostro hacia mí y sin dejar de sonreír, susurra:

-Es la magia de la Navidad.

No entiendo que se trae todo el mundo con la magia navideña, pero parece que el destino está conspirando a mi favor, porque todos no hacen más que recordarme que debo confiar, creer y dejarme llevar. Creo que empiezo a entender el punto de la señora Klaus, solo debo abrir mi mente, tal vez mi niña interior no había desaparecido por completo, tal vez, solo tal vez, estaba escondida, asustada, esperando a que le tendiera mi mano y la ayudara a salir de ese lugar oscuro.

Un nuevo amanecer, si, un nuevo amanecer, porque los anteriores solo habían sido una sucesión de mañanas deseando no despertar jamás, pero este, este era nuevo, brillante. Afuera llueve con fuerza, pero para mí, es un día radiante. Preparo el desayuno mientras canto a todo pulmón las canciones navideñas de Taylor Swift, no sé en qué momento empezaron a gustarme, supongo que, después de seis años, terminas tan acostumbrada que te das cuenta de que sus canciones no son tan malas, de hecho, son muy buenas.

Un Santa para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora