capítulo 1 - campesina

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ESCOCIA, 1890.

—¡Ainsley! ¡Las vacas y las ovejas no están en el prado!— exclamó la madre de Ainsley.

La joven de pelo dorado de tan solo veinte años se levantó de golpe al oír aquél grito. Destapó las sabanas de su cama y salió corriendo en dirección a la puerta principal. Apenas le dio tiempo a despertarse completamente, lavarse la cara, trenzar su pelo como solía hacer... ¡ni siquiera a ponerse zapatillas!

Estaba en su pijama blanco de algodón suave, su melena rubia deshecha con nudos, legañas en los ojos... Asomó su cabeza por la puerta de la entrada, analizando sus alrededores.

En efectivo, las ovejas y las vacas ya no estaban en el prado de su casa - salían corriendo en dirección al bosque. Jadeó al verlos allí, completamente indefensos, susceptibles a cualquier depredador que se escondiese en la oscuridad. Sus pies descalzos se mancharon de barro al comenzar a correr tras ellos, levantando las manos.

—¡Eh! ¡Volved estúpidas!— gritó.

Las ovejas y las vacas, al oír su voz agitada, comenzaron a dar la vuelta, corriendo hacia Ainsley. Ainsley las guió de vuelta hacia el prado de su casa, murmullando obscenidades mientras acariciaba el lomo de una de las vacas.

—¿Por qué diablos os habéis ido hacia el bosque? ¿Acaso queréis que os coman los lobos?— preguntó, aunque obviamente no esperaba una respuesta.

Las vacas simplemente siguieron caminando hasta llegar a la pradera de casa, donde se tumbaron para seguir durmiendo.

El sol apenas se asomaba por el horizonte, y Ainsley ya se había olvidado del hecho que aquél día era su cumpleaños. Cumplía veinte años, y por alguna razón ese hecho no le excitaba como antes. Igual porque tenía los pies y los dobladillos completamente sumergidos en barro y agua, y lo único que quería era cambiarse de ropa.

—¿Mamá? ¿Por qué no has ido tú en busca de los animales? Estaba dormida.— se quejó Ainsley.

La madre de Ainsley dejó los ojos en blanco, removiendo con una varilla la masa de tarta que estaba preparando. Su padre se encontraba sentado en una de las sillas del comedor, bebiendo de su café caliente que desprendía un aroma nostálgico.

—Los animales te prestan más atención que a mí. Aparte, estoy ocupada cocinando.— explicó.

Ainsley pasó un paño mojado por sus pies, aún molesta por el horrible despertar. No quería admitirle a su madre que tenía razón: los animales solían escucharle más a ella que a sus propios padres. Pero por una vez en su vida quería poder dormir más, despertarse más tarde, gozar de un sueño cálido... Algo que últimamente no lograba, ya que la mayoría de edad sólo significaba más responsabilidades y más estrés.

—¿Qué haces cocinando a esta hora? Apenas ha salido el sol.— comentó la joven.

La madre de Ainsley pasó su pelo oscuro con ciertas canas por un hombro, sonriendo al darse cuenta que su propia hija se olvidó de su cumpleaños.

—Ay, Ainsley. Tan joven, tan astuta, tan independiente... Y se te olvida tu cumpleaños.— bromeó la mujer.

La chica rubia se detuvo, completamente sorprendida. Como siempre, su madre tenía razón. Era el 22 de marzo, el día que fue encontrada en el bosque de niña.

—Oh, vaya.— murmulló.

Se oyó una pequeña carcajada grave - casi inaudible – desde la chimenea. Allí se vestía el padre de Ainsley, atándose los cordones de las botas y apretándose el cinturón contra su barriga más hinchada.

El Regreso de la Princesa HadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora