capítulo 4 - elise

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Ainsley fue la primera en levantarse, aparte del hombre desconocido que se encontraba en la habitación del primer piso. Tras recoger su pelo en otra trenza de raíz y vestirse, bajó las escaleras con una cesta de mimbre, lista para empezar sus tareas diarias.

Sin embargo, se detuvo a mitad de las escaleras al ver por el rabillo del ojo una figura de pie contra la encimera de la cocina. Estaba claro que no se trataba ni de su madre o su padre, ya que seguían dormidos, así que no podía ser otra persona que el desconocido.

—¿Hola?

El chico desconocido se giró al oír la voz suave de la chica. Ainsley se sorprendió al verle de pie, observándola con esos ojos marrones oscuros como si nada, como si no tuviese una herida profunda. Ainsley salió corriendo hacia el, posando una mano sobre su abdomen.

—¡Señor! Debe irse a la cama, ¡le dije que no está en condiciones!— le repitió.

El joven le ignoró por completo, posando un plato de tortitas con frutas cortadas encima de la mesa de la cocina. La chica se quedó patidifusa al ver que, efectivamente, había preparado el desayuno para la joven. El chico musculoso caminaba perfectamente, como si se hubiese olvidado que casi murió aquella noche desangrándose.

—¿Está bien?

—He hecho el desayuno, creo que estoy en condiciones de servirlo.

—¿Cómo? La herida era profunda y estabas medio muerto.

La chica se sentó y comenzó a comer las tortitas, sin importar que un desconocido las hubiese hecho. Solía desayunar avena con leche y arándanos, pero aquél día hizo una excepción. Debía decir que, sorprendentemente, estaban buenas.

—No están mal, señor.— admitió Ainsley.

El chico parecía estar incómodo con el trato de la chica rubia, era demasiado cordial con él. Por dentro, el chico pensaba que no se merecía tal cordialidad.

—No, no me llames 'señor'.

—Vale, lo que usted diga.

—Y tampoco me trates de 'usted', ¿tan viejo aparento?

—Apenas le conozco, y aquí está preparándome el desayuno.

El chico gruñó, sentándose sobre la silla. Se cruzó de brazos, clavando su mirada en la joven que seguía comiendo. Su tono borde nunca cambió.

—Mira, chica. La única razón por la que he preparado tu desayuno es porque quería agradecerte el apaño que me hiciste anoche, nada más. Estoy aquí porque vengo en busca de una tal Elise, ¿te suena?

Ainsley jamás había oído sobre una chica llamada Elise. Sabía que la propietaria de la zapatería se llamaba Elizabeth, pero nadie la conocía como Elise. La joven tenía mucha curiosidad, ya que este chico no dejaba de mencionar su nombre.

—No, no conozco a nadie con tal nombre. Quizás si usted me cuenta algo sobre ella pueda ayudarle...

—Te he dicho que no quiero que me trates de usted.— insistió, su tono aún más frío.

—No conozco ni su nombre.

El chico castaño parecía titubear, como si quisiera mantener su identidad un secreto. Finalmente optó por contarle la verdad a la joven.

—Luke.

Ainsley inclinó la cabeza, examinando de cerca al joven. Su ropa era extraña, parecía hecha de una tela distinta, no sabía exactamente de qué. Quizás era hijo de un hombre con poder y riqueza, alguien que se podía permitir grandes lujos.

El Regreso de la Princesa HadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora