8. Encuentro

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Un conjunto casual que no le tomó más de una hora elegir. Su colonia favorita, esa que no emulaba lo que no era, como solían hacer muchos enmascarando su naturaleza de beta con feromonas artificiales, y que le agradaba porque era simplemente un perfume con olor suave y fresco a naranja y jazmines. Una gorra coronando el conjunto.

Arrebujado en el calor que le proveía el peluche de la chamarra, I.N. resaltaba del resto de los peatones por su aura de elegancia y ternura, viendo de vez en cuando el reloj en su muñeca, comprobando la hora.

Ese día le tocaba descansar, tanto de su trabajo diurno de asesor de imagen, como de su "empleo" nocturno, y aprovechó para llegar temprano. Aunque su finalidad era desencantar al alfa al que le aceptó la cita, la etiqueta era imprescindible.

Ahogando una larga inhalación, exigiendo a sus adentros mantener el control del cosquilleo de ansiedad que le recorría el cuerpo, movió el cuello liberando parte del estrés, a quince minutos de la hora acordada, debajo del letrero del cine en el que quedaron de verse, luego de que I.N. se negara a que su cita lo recogiera en su casa. Quería evitar futuros posibles problemas, en caso de que la apariencia tranquila del alfa que lo pretendía, fuera sólo eso. Una apariencia que se resquebrajaría al ver que no iba a obtener de él, más que esa función y esa cena.

Las malas experiencias le enseñaron a ser cauteloso.

Un ramo de rosas apareció frente a sus ojos, substrayéndolo de los escenarios catastróficos edificándose en su cabeza.

Un hermoso ramo de jazmines envueltos en celofán trasparente y pellón blanco, amarrados con un listón rojo, cuyo aroma y presencia arrancó de sus labios una sonrisa involuntaria, que subió sus pómulos y acentuó los finos rasgos de su rostro.

—Podría perderme en tu sonrisa la noche entera, y olvidarme de la película —el comentario provino del alfa unos adorables centímetros más bajo que, en vez de restarle atractivo, se lo aumentaban en el imponente físico que tenía.

Sin ser un omega, sin tener la capacidad de oler percibir sus feromonas, I.N. sintió su cuerpo entero calentarse con su presencia.

No fueron las feromonas del alfa la que lo hicieron subir su temperatura, fue meramente su coquetería.

Carraspeó, volviendo a sus cinco sentidos.

—Ese sería un problema —tomó el ramo, ocultando el rojo de sus mejillas detrás de los pálidos jazmines.

—¿Por qué? —preguntó el alfa, sin quitarle la vista de encima, adulándolo sin necesidad de palabras, en la manera en que lo veía como si se tratara de lo más hermoso del universo.

El alfa fue tan obvio que I.N. ni siquiera tuvo oportunidad de fingir no notarlo, lo cual sería un gran problema para hacer que entendiera la diferencia entre ellos.

«En cuanto encuentre a un omega, se irá», se aferró a la triste perspectiva.

—Porque yo sí quiero ver la película —respondió, recomponiendo su semblante, calmando en la decepción premeditada la alteración de su pulso.

—No veo cual sería el inconveniente. Tú puedes ver la película —se colocó a su lado, ofreciendo su brazo—, y yo te veré a ti.

Una frase rebuscada cuya intención fue divertidamente honesta: aligerar el ambiente fallando un galanteo con un piropo de manual.

Una tontería que, increíblemente, tuvo que concederle que funcionó. No lo suficiente para aceptar su brazo, sí lo suficiente para palmearlo indicándole que lo bajara, concediendo que caminaran juntos en la delgada línea dividendo las románticas intenciones sinceras de uno y la sincera intención de negarse del otro.

Hasta Que El Divorcio Nos SepareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora