Hasta Que El Divorcio Nos Separe

11. Decisión

No es cierto que la piel arde donde un amante toca.

La sensación que se experimenta con la caricia de quien a besos te quita el aliento y se pierde contigo en la fragmentación de la cordura, es distinta, es un cosquilleo que se extiende como maremoto, que te eriza el alma y que somete tu razón, una sensación sin temperatura definida, que está más allá del frío o del calor, que te arranca el aire, destroza tus pensamientos y borra las líneas que contienen la percepción de la realidad.

Sí, así es como se siente ser tocado por la persona que se ama. Y esa fue una aclaración más exacta que Felix no tuvo la oportunidad de hacer en el breve espacio que hubo, llevando en brazos por Christopher Bang, hasta la habitación del alfa, siendo depositado sobre las sábanas que, acariciando sus sentidos exacerbados, produjeron un jadeo que escaló de su pecho a su garganta, quedándose atorado justo detrás de su lengua. Una lengua seca sobre la que se estacionó el aliento estancado en el alfa, con una rodilla apoyada en la cama, entre sus piernas separadas, ofreciéndole la mejor de las vistas.

Los botones abandonaron sus ojales, la camisa se abrió, rebelando un torso fuerte, no exagerado, rodeado de una nube de feromonas que invitaron a las suyas a enlazarse y olvidar la etiqueta de dominio que era un grillete innecesario esa noche.

Los dientes de Felix castañearon. Apretó la quijada y alargó el brazo, interrumpiendo el espectáculo, enganchando el índice al cinturón, tirando para cambiar los papeles, colocándose encima, aprensándolo entre sus piernas y brazos, aprovechando su pasmo para devorar su boca, sacándole la pieza que evitaba que lo desnudara. El sonido del metal y la piel cayendo al suelo fue seguido de besos húmedos descendiendo por el mentón del vicepresidente, empujando sus feromonas, evitando que se levantara.

Con la lengua rodeó una de las tetillas del alfa, sintiendo como los espasmos que producían sus atenciones, hacían un desastre de la parte inferior de su cuerpo. El lubricante natural del omega mojó su ropa interior, y la parte delantera, se abulto, encontrándose con la enorme erección de su compañero, tragando a través de los grados ascendentes en la habitación.

Más que enloquecer, estaba por traicionar cada una de sus creencias y promesas, las que se hizo antes y después de conocer al alfa. Las impuestas por su padre, las elegidas para su trabajo, las que creyó que eran las correctas y, peinando el cabello tras su oído, repasando con la lengua sus labios, saboreando la combinación de sus aromas, se sorprendió dándose cuenta de que no le importaba.

De rodillas en el piso, cuidando los dientes al recordar los consejos subidos de tono que surgían en las charlas entre risas que tenía con sus amigos, deshaciéndose de la ropa interior del vicepresidente, introdujo la erección entre sus labios, empujando la lengua en la punta, haciendo que el desliz del miembro en su boca fuera más apretado, llegando a la mitad. Su límite.

El vicepresidente estrujó la quijada y, cuando el omega detuvo, liberó un jadeó que se vertió desde la nuca de Felix, acariciando su espalda, hasta los pies, al ser consciente de que él era quien estaba causaba la ruina del alfa.

Sacó el largo endurecido de su cavidad, presionando el frenillo, e intentó llevarlo más al fondo al retomarlo, deteniéndose de nuevo a mitad de camino. No iba a ser capaz de engullirlo por completo. No esa noche. Si no fuera porque era un omega, ni siquiera podría soñar con lograr montar semejante bestia que palpitaba contra su paladar, ensanchándose con sus toques, con los besos y las caricias.

—Felix —jadeó el vicepresidente sentándose en la cama, alargando la mano, atrapando su mentón, deteniéndolo.

Cinco letras que escuchaba a diario y que, en esa ocasión, en vez de sonar comunes, fueron mencionadas como un hechizo que atrajo su mirada a la contraria, siguiendo la petición de la mano que lo levantó del piso en el que resistía la propia tortura de su erección y de su entrada contrayéndose ansiosa.