Durante esas tres semanas, Addie se aferró a la determinación de mantenerse alejada de Bella, como si ese distanciamiento pudiera protegerla de la tormenta de emociones que bullían en su interior. Cada día se volvía un desafío mayor, resistir la tentación de buscar a Bella, de caer en la familiaridad reconfortante de su presencia.
El salón de clases se convirtió en un campo de batalla silencioso, donde ambas compartían un espacio pero permanecían divididas por una barrera invisible. Los gestos amigables y las risas compartidas se desvanecieron, sustituidos por un silencio incómodo y miradas fugaces que se evitaban.
Addie se torturaba a sí misma con pensamientos contradictorios. Por un lado, intentaba convencerse de que este distanciamiento era necesario, una forma de protegerse contra el miedo a enamorarse perdidamente de Bella. Por otro lado, un profundo anhelo la consumía, extrañando la conexión especial que compartían, la cual, aunque nunca fue formalmente definida, significaba mucho para ambas.
Los pasillos del piso compartido se volvieron un campo minado de emociones no expresadas. Aunque se cruzaban en diversas ocasiones, ambas evitaban encuentros directos. Cada paso que Addie daba hacia su habitación se sentía cargado de la ausencia de Bella, una ausencia que gritaba más fuerte en su corazón de lo que estaba dispuesta a admitir.
El dilema interno de Addie se volvía más complejo con cada día que pasaba. Aunque trataba de convencerse a sí misma de que nunca fueron nada, la verdad resonaba en su pecho de una manera que la forzaba a enfrentar la realidad. Esa realidad, sin embargo, estaba rodeada de incertidumbre y temor a lo desconocido. ¿Podría realmente resistirse a la atracción que sentía por Bella? ¿O sucumbiría a la necesidad de tenerla de nuevo en su vida, incluso si eso significaba exponerse a la vulnerabilidad de sus propios sentimientos?
