Yuuji tenía la curiosa costumbre de observar a Nanami mientras dormía. Ya sea que el hombre estuviera tomando una siesta o simplemente cerrara sus ojos un momento, el niño inmediatamente se ponía a su lado y lo vigilaba con ojitos de halcón.
Por otro lado, el pequeño Sukuna parecía más indiferente, pero también solía vigilar a su hermano gemelo y a Nanami cuando dormían. Claro, al menos durante todo lo que su cuerpecito y mente resistieron en vela antes de también caer rendido. A la mañana siguiente, Nanami solía encontrar al niño dormido junto a su puerta.
Casi desde el primer día, Kento había notado la curiosa actitud de ambos niños, la cuál adjudicó al hecho de que eran unos infantes de solo cinco años, a qué él y su departamento eran desconocidos para ellos, y a que compartían una preocupante cantidad de energía maldita. Ellos seguramente habían visto cosas aterradoras.
Antes de recibir a los pequeños, cuando recibió la primera llamada de Gojo, no pensó en responder. Había dejado la hechicería por una razón y no tenía ánimos de regresar. Pero, cuando se volvió imposible seguir evadiendo al albino, no le quedó de otra más que responder y esperar que no se tratara de una estúpida broma. Y por imposible que pareciera, no lo fue. Gojo tenía un dilema entre manos: dos pequeños niños que rescató durante una misión y que necesitaba que le ayudara a cuidar.
Nanami no estuvo seguro de aceptar en un principio, pero cuando vio la foto de los pequeños, digamos que fue imposible negarse.
—Gojo —Nanami se quitó los lentes—. ¿Cuál es la historia de estos niños?
La expresión jovial de Satoru se volvió seria. Miró por algunos segundos a Megumi jugando con los gemelos antes de responder.
—Vivían con su abuelo. El hombre estaba enfermo. Yo... Sentí la energía maldita de ellos. Cuando llegué a su hogar, el viejo estaba muerto. Supongo que los niños lo cuidaron en todo lo que pudieron hasta que este dejó de respirar.
Bueno, eso le daba sentido al porqué los niños se comportaban de esa manera. ¿Ellos pensaban que él podría morir? A final de cuentas debió ser un trauma descubrir el cadáver de quién los cuidaba.
Cierto, Nanami no quería tener nada que ver con el jujutsu, así que aún había otra cosa que necesitaba saber sobre los pequeños.
—¿Por qué me insististe en que cuidara de ellos? Pudiste llevarlos a la escuela y...
—No. —la respuesta de Satoru fue tajante.
Nanami pudo notar la tensión en el hechicero. A Gojo no le hacía gracia pensar en la opción de llevar a los niños frente a un puñado de viejos, eso estaba claro.
—¿Por qué?
Satoru soltó una risita, volviendo a su actitud risueña.
—Son niños, no voy a entregarlos en manos de esos buitres para que se aprovechen de ellos o los maten.
El rubio inmediatamente recordó a Haibara. El estómago se le revolvió al pensar en los gemelos siendo obligados a entrenar, al menos en el caso de Yuuji. Sukuna... Solo por su nombre, él sería condenado.
Nanami suspiró. Era la primera vez que consideraba a Gojo algo más que el hechicero más fuerte, pero no lo diría en voz alta para no subirle más el ego.
—Cuidaré de ellos todo el tiempo que sea necesario, pero cuando esto deje de ser un secreto, tú te harás cargo. —sentenció el rubio.
Gojo sonrió ampliamente.
Oh, Nanami se arrepentiría.
—¡Entonces lo dejo en tus confiables manos, Nanamin.
—No me llames así.