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Fourth siempre fue la clase de persona que colocaba las necesidades de los demás por delante de las propias; y eso lo enorgullecía tremendamente. En su trabajo destacaba por la pasión férrea que mostraba tener, sus pacientes lo adoraban por la dedicación y entrega que tenía. Podía jactarse de ser el mejor pediatra, y que todos los niños del hospital donde trabajaba corrieran hacia él apenas lo visualizaban, era la mejor prueba.

Porque al ser gay, y uno muy promiscuo, Fourth ni siquiera podía soñar con la idea de formar una familia. Era demasiado inestable para tener una relación normal y la única vez que lo intentó, terminó en prisión.

Sí. Era medianamente su culpa, por haber sido infiel y haberse reído de las amenazas de su psicópata exnovio Alex, pero si todas las infidelidades tuvieran por condena la prisión, ufff...

Y Fourth siempre fue la clase de hombres que aceptaba su culpa en las situaciones desfavorables de la vida. Era un ferviente creyente de que todo acto conllevaba una responsabilidad. Por ello fue que pudo resignarse y no caer en la locura cuando el juez dictó la sentencia. Así mismo, estaba consciente de la imprudencia a la que estaba dejándose arrastrar en North Collan.

Dos meses de besos robados y forzosos, de caricias lascivas y posesivas. Dos meses siendo el objeto de una vehemente mirada de ojos oscuros. Dos meses sintiendo el calor corporal del único hombre que hasta el momento lo había atrapado; de su dueño.

¿Cómo podría eliminar los recuerdos que Gemini había dejado en él? Era imposible. Fourth lo sabía.

Seguramente pasarían las estaciones, los años y el seguiría recordando cada maldito beso, cada palabra susurrada en su oído y cada situación a la que Gemini lo condujo.

Si él era una rosa, Gemini se había convertido en las espinas que la acompañaban.

—Eres mi dueño —insistió. Con su labio tembloroso y la mirada baja.

No iba a dejar que Gemini terminara el nexo que los unía. Más allá del pavor que le daba pensar en su incierto futuro sin él como su escudo, no quería perderlo. ¿Qué haría su dueño sin él?

No podían estar el uno sin el otro. Porque si Gemini era la enfermedad, Fourth era la cura.

El emperador golpeó la pared con su puño. Los nudillos crujieron y Fourth dio un leve salto sin despegar los pies completamente del suelo. Mas no retrocedió, ni de su boca salió retractación alguna.

—¿Es que no lo entiendes? —Su voz era amenazante. Volteó en dirección a Fourth, con el rostro hinchado por golpes y sus dientes moliéndose debido a la fuerza con la que los apretaba—. Tú no decides. No eres nadie para venir a reclamarme como tu dueño. Solo eres alguien con quien pretendía tener una buena follada y luego botar a la basura.

—Pero n-no me follaste. ¿Por-por qué?

Vio a Gemini pasar saliva.

—¿Qué importa? Ya todo se fue a la mierda —respondió al cabo de unos segundos.

Fourth succionó su labio inferior para no soltar un sollozo. Las palabras de Gemini dolían más que cualquier golpe certero. Negó con la cabeza y sorbió su nariz, sintiéndose perdido y sin más respuestas para dar.

Gemini pasó por su lado, empujándolo por el hombro. Se subió a la parte superior de la litera, y de rostro a la pared, fingió caer en el sueño. Fourth permaneció tiempo incalculable de pie, experimentando por primera vez las emociones que se ligaban al corazón.

No iba a admitir cuánto le gustaba Gemini, pero tampoco podía negárselo a sí mismo. Era un duro golpe a su orgullo, mancillado y herido, el tener que reconocer el origen de su dependencia emocional por Norawit. Era absurdo. Había besado a infinidad de hombres. ¿Por qué solamente podía recordar el sabor de los besos de él? ¿Era un efecto colateral de su estadía en la prisión?

"P" geminifourthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora