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Da el veneno con miel, así no lo notarán y serán felices hasta que sea demasiado tarde

Su mano tembló al firmar los papeles legales de la libertad condicional. Satang aferrándose a él en todo momento; no podía siquiera mirarlo a los ojos. En ese momento no sentía nada más que repulsión por el que era su mejor amigo.

Estaban en una grisácea oficina, con un hombre de expresión aburrida que le indicaba a Ian todo el procedimiento a seguir. El molesto sonido de un viejo y oxidado climatizador a su espalda.

—¿Todo en orden entonces? —preguntó Satang.

Fourth no levantaba sus ojos del suelo.

—Sí. Mientras se mantenga alejado de problemas no lo veremos nuevamente por aquí. El arraigo nacional se revocará dentro de tres meses. —Satang asintió y le extendió la mano al encargado de los trámites judiciales.

—De acuerdo. Muchas gracias. —Uno de sus brazos se aferraba a Fourth, al chico de facciones filosas que parecía, iba a desmayarse en cualquier momento.

Marchito.

Vulnerable.

Roto.

Sucio. 

Enamorado.

De Gemini; siempre suyo. Escondiendo celosamente el tatuaje de su dedo anular del mundo. Parpadeando con lentitud, sin enfocar la mirada en nada.

—Vamos, Fourth.

Se dejó arrastrar por Satang hasta la entrada de North Collan. Como un perdedor, sin nada en sus manos además de la historia tatuada en su cuerpo, con tinta y cardenales de besos. Escuchando algunos gritos y vociferaciones a sus espaldas a medida que se alejaba. Las bestias de Gemini, los súbditos del emperador.

Fourth sonrió. Porque su historia no moriría, había quedado plasmada en aquellas paredes de concreto y barrotes oxidados. Había testigos, hombres caídos sin alma que atestiguarían en el más allá cómo el emperador del leviatán cayó por un simple prisionero.

Como ese prisionero le entregó todo, hasta el tuétano de sus huesos. Y ahí estaba, fingiendo que comprendía el movimiento de los labios de su mejor amigo, quien al parecer intentaba decirle algo, pero nadie podría condenarlo por ello, no era su culpa.

Un amor tan dulce, tan intenso. Lo hacía curvar sus labios en una sutil sonrisa, de solo recordar la forma en que Gemini lo veía cada vez que terminaban de follar, con tanta devoción y miedo... Porque Fourth era el único que podía amarlo, era el único que podía dañarlo.

Mierda, genuinamente no podía creerlo. Al principio incluso contaba las sonrisas de Gemini, las reales. Temeroso de que no hubieran más. Con el tiempo perdió la cuenta y ahora lo lamentaba. Porque quería recordarlas todas, quería tenerlas presente cada vez que cerrara los ojos.

—Fourth, ¿estás escuchando? —Satang chasqueó sus dedos frente a Fourth, quien parpadeó y sacudió la cabeza—. Te decía que por hoy te quedarás en mi piso y mañana iremos a tu casa, ¿de acuerdo?

Fourth se encogió de hombros. Como si le fuese a importar alguna mierda a donde Satang lo llevara.

Se sentó en el asiento trasero del vehículo de Satang, mirando al techo de este. Cuando el abogado comprobó que Fourth tuviera el cinturón de seguridad puesto, igual que lo haría un padre, se sentó en el asiento del conductor. Fourth bajó la vista a su mano izquierda.

Su resentido tatuaje de anillo nupcial frente a sus ojos. Llevó la mano a sus labios y besó su dedo anular, con sus orbes cerrados y la desoladora angustia propagándose por su torrente sanguíneo.

"P" geminifourthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora