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"¡Eh, rubio guapo! ¿Los ángeles como tú tienen nombre?"

"Muerde pollas. Nos nombran en base a nuestros dones."

Mark sonrió. Su cuerpo entumecido en el suelo, soltando pequeños espasmos debido a la gran cantidad de heroína en su sistema. Ambiguos recuerdos enturbiados por su miserable condición se bifurcaban por su cabeza.

"Sabes algo, no me vienen los tíos... pero por ti, rubio, haría una excepción.

"Venga, que ni has visto mi polla y ya la quieres en tu culo, eh moreno. Con guarros como tú, las putas quedan sin trabajo."

Su exagerado acento irlandés y la forma en que siempre tarareaba sobre el cuello de Mark antes de quedarse dormido.

"¿Te gusto acaso? Porque tienes la típica pinta de chulito insoportable que se cree muy macho por follar solo con mujeres."

La manera en que sus mejillas siempre se pintaban de rosa y cuando gimoteaba como un niño consentido enojado por cualquier estupidez.

"Tú y yo, Mark... Somos tan distintos, que cuando estamos juntos encajamos perfectamente."

Su rubio loco... Mocoso insolente que vivía en una maldita prisión como si fueran Las Vegas y él un adolescente con una tarjeta bancaria sin límite.

Ford era distinto, no necesitaba nada del mundo; podía crearse uno propio. Mark había caído profundo por eso. Tan fiera y a momentos tan dulce. Mark jamás podía anteponerse a sus acciones, el rubio siempre conseguía sorprenderlo. Y su despedida no había sido la excepción...

"No voy a llorar, maldito hijo de puta. No pienso llorar delante de ti... No pienses que por salir de este hoyo vas a olvidarme. No pienses que yo voy a olvidarte. Me llevo lo que es mío, me llevo tu puto corazón y juro que no voy a devolvértelo jamás."

Mark no le respondió. Y es que Ford tenía razón, Mark jamás iba a pedir su corazón de vuelta. Preferiría morir antes de hacerlo; sin fe y destrozado. Cayendo, hundiéndose...

Nunca supo cuánto dolor podía llegar a sentir un humano antes de enamorarse.

¿Por qué las personas querían enamorarse? Absurdo.

Era dolor, solo dolor. Era el deseo de sentir dolor, porque sin él... No se sentiría vivo. Ya no se sentía vivo.

...

Fourth lavó su rostro, tratando de contener la respiración en aquel baño de mala muerte. Descascaradas paredes rayadas, dos reos inhalando neopreno en un rincón y un sollozo desgarrador al interior de un cubículo; seguramente otro eslabón débil.

El reflejo en el espejo torturaba su cabeza. La imagen de Ford llorando, de Mark en el suelo; sonriendo.

Las últimas palabras del moreno, del mejor amigo de su dueño. Una frase simple, torpe y sin sentido. La reafirmación de que el amor no siempre era un regalo; algunas veces era una maldición.

"El amor mata." ¿Lo hacía? No podía negarlo. Él moriría por Gemini y su dueño mataría por él.

Salió de aquel maloliente lugar y a paso débil, destinó su trayecto a la celda donde seguramente encontraría a Gemini. El nudo en su garganta le hacía difícil tragar, el escozor de sus ojos por las lágrimas derramadas hacía que quisiera tumbarse en algún rincón de North Collan y simplemente dormir.

Se paró a un lado del marco de la puerta. No sabía si estaba temblando, pero se sentía ligero. Los pensamientos se confrontaban en su cabeza al oír los reclamos de Gemini al interior de la celda.

—¡Venga, anciano! Dijiste que esta mierda funcionaba.

—¡Es una radio, Gemini! Y aquí no hay señal... Me pediste una radio, aquí está.

"P" geminifourthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora