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Hace años atrás cuando estaba en la preparatoria, comencé a desarrollar un gusto por la música clásica, pero más que gusto se volvió una obsesión.
En especial, estaba maravillada con la voz de Taylor Swift, sólo bastó escucharla una vez para no dejarla de oír nunca. Pasaba horas enteras escuchándola pintar melodías con su voz, y tomándola cómo referencia comencé a buscar cursos de canto. Mi exhaustiva búsqueda no rindió muchos frutos, pero encontré unos cursos de piano que al menos servirían de distracción.

El primero del que tuve conocimiento quedaba a cuarenta minutos de mi casa y el segundo quedaba a un par de cuadras, así que obviamente me incliné por el último. Las clases eran los días lunes, miércoles y viernes, de cuatro a seis de la tarde, lo cual era perfecto pues no interfería con mis actividades de la escuela, ni con mis partidos de básquet. Así que el lunes me presenté a la dirección que tenía, toqué el timbre y en segundos una amable señora me abrió la puerta.

-Buenas tardes. Necesito información sobre las clases de piano. Me interesa tomar el curso y comenzar lo más pronto posible.

-La señorita Sarocha no se encuentra por el momento, ella es la profesora. Pero no tarda mucho en venir, si gusta puede esperar -me dijo amablemente mientras me invitaba a pasar.

La casa por fuera se veía bastante pequeña, pero mientras caminábamos por el largo pasillo me daba que de pequeña no tenía nada. Por fin llegamos a una elegante sala, la cual estaba completamente pintada de blanco; algunos cuadros la adornaban y resaltaban los muebles negros. Se veía extremadamente elegante. Justo en una de las esquinas de la habitación un bello piano de cola color blanco; era simplemente hermoso. Sobre el había hojas y ocho velas pequeñas de color rojo acomodadas simétricamente sobre la cola del piano. La maestra tenía buen gusto.

Me acerqué más al precioso piano para curiosearlo de cerca y sin querer -o quizá queriendo- me puse a revisar las hojas. Eran partituras; Claire de lune, Für Elise, Moonlight, La Vie en Rose, definitivamente iba a disfrutar las clases con esta profesora, si es que algún día era capaz de aprender a tocar piezas tan complejas.

-¿Y tú eres? -pegué un brinco al escuchar la voz detrás de mí. De inmediato dejé las hojas donde las encontré. Frente a mí tenía a una joven mujer con el cabello lacio, y sus uñas de color rojo. Iba vestida con falda gris y una blusa blanca, tacones negros y una pequeña maleta. Se veía cómo una imponente ejecutiva.

-Soy Rebecca Patricia Armstrong -sus poco expresivos ojos rápidamente me hicieron sentir incómoda -Lamento haber husmeando. -nunca antes había visto a esa mujer, vivo en un pueblo relativamente pequeño, y todos nos conocemos, ella no era de aquí. Era, fácilmente, diez centímetros más alta que yo. Caminó unos pasos más cerca de mí y casi por instinto di un paso hacia atrás. Un esbozo de sonrisa apareció en su rostro.

-Soy Sarocha, la instructora de piano -amablemente extendió su mano, me tomó una fracción de tiempo reaccionar, pero lo hice. Su suave mano estrechó la mía -¿Qué puedo hacer por ti?.

-Quiero información sobre las clases. ¿cuándo podría comenzar?.

-¿No preguntas por el precio?.

-Necesito distraerme y mis padres no me quieren en casa -le sonreí-, así que el dinero no es problema -ahora sí sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. De verdad que me daba un poco de miedo.

-Podemos comenzar mañana mismo -la sonrisa se fue tan pronto cómo llegó.

Asentí, me dijo que ella se haría cargo del material que necesitaría ya que venía incluido en la primera cuota de la mensualidad. Una parte de mí quería quedarse a contemplar el lindo lugar y la otra quería correr a casa porque sentía que la mujer me haría algún hechizo o algo por el estilo. Me dio su tarjeta y detrás de ella venía el costo de las clases. No eran caras, pero tampoco muy baratas, sin embargo lo deseaba con todo el corazón.

Profesora de piano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora