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-¿Querer?, ¿Qué puedes saber tú de eso?

-Más que tú -ni siquiera pude terminar cuando otra cachetada se encajó en mi rostro.

-Que no se te olvide que soy tu madre
-reprendió.

-Yo si espero que ustedes olviden que soy su hija -lloré. -Prefiero estar en la calle que con ustedes.

-¿Y que la gente lo sepa? Nunca. -no dijo más y salió marchando de la habitación. En la situación más difícil de mi vida me doy cuenta de la verdadera mentalidad de mis padres. Las personas más importantes de mi vida, los que deberían apoyarme y estar conmigo en todo momento sólo se ocupaban de la imagen pública y de que su hija no fuera
un fenómeno. Diecisiete años he vivido con desconocidos, he querido a personas que lo único que quieren es cuidar el qué dirán y vivir conforme sus viejos moldes. Voltee a mi buró y con terror vi que mi celular había desaparecido.

-iMierda! -mi mamá no perdió el tiempo
cuando le di la espalda. De nuevo mi hermano entró con cierto dejo de tristeza -¿La escuchaste? -asintió.

-Los desconozco, bueno, de papá lo esperaba, siempre ha sido muy machista, pero de mamá no. Me ha decepcionado lo que hadicho.

-Se llevó mi teléfono, creo que ese era su
objetivo desde el principio -suspiré.

-Creo que debes relajar tu mente y dejar que se enfríe, más tarde podrás pensar en qué hacer. -asentí mientras me daba un control.

Jugamos un buen rato y debo admitir que mi hermano tenía razón, sentí que el peso en mis hombros se aligeraba y el dolor de cabeza disminuía. Me dejé llevar y disfruté jugando con el chico a mi lado y riéndome de sus idioteces.
Definitivamente era el único que se salvaba de mi familia.

Tomé una ducha y mi hermano Richie fue por cena para ambos, me quedé con unos shorts y una playera simple negra. Ahora que dejé de jugar, Freen regresó a mi mente y su fría mirada cuando papá
le apuntaba, era como si fuese otra persona. Esa mirada no la había visto jamás y esperaba no poder verla nunca más. Me pregunté qué estaría haciendo y que tan enojada estaría.

La noche fue cruel, llena de recuerdos y de imágenes de lo que había pasado a lo largo del día. Las lágrimas regresaron a mi con fuerza, todo seguía siendo tan irreal para mí, me negaba a creerlo pero sólo me bastó tocar donde mi padre me había golpeado para recordar que había sido muy real. Me aferré a lo único bueno que tenia, obligué a mi mente a pensar en ella y en su preciosa sonrisa, en su dulce voz, en sus ojos brillantes
cuando estaba de buenas, en sus manos sobre mi piel y su forma de tocarme. Repetía la escena en la que ella me dijo que me quería, en el beso que me dio cuando fue por mí a la escuela, en la escena de celos... me quería, quizá no tanto como yo a ella, pero lo hacía. Poco dormí, el maremoto de pensamientos y emociones me dio un terrible dolor de cabeza, fui al baño para ver si había algo en mi botiquín, pero no tenía más que alcohol y agua oxigenada. No creo que el champú sea muy efectivo contra los dolores de cabeza. A eso de las tres de la mañana el cansancio me ganó y quedé
profundamente dormida.

Asustada desperté cuando alguien me
arrancó las cobijas con fuerza. Me senté casi de inmediato. Mi padre se veía hinchado, su respiración era errática y me veía con furia.

-Vistete, vamos a salir -escupió -y más te vale que te apures o vendré por ti y te arrastraré a la sala. -con miedo comencé a cambiarme, me lavé los dientes y bajé corriendo a la sala. Me quede esperando en el sofa y unos minutos después salió mi madre. No me habló, se dirigió a la puerta y la seguí. Nos encaminó a la camioneta y se unió a nosotros mi padre. Subimos, encendió el motor y se puso en marcha. El silencio era aterrador, lo único que nos acompañaba era la terrorífica forma de respirar de mi padre y los pequeños sollozos de mi madre.

Profesora de piano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora